Subsisten desde tiempos inmemoriales involucrando una inexplicable conexión entre nuestro pensamiento y acciones. Lo cierto es que forman parte de muchas culturas y de lo que consideramos buena o mala suerte.
Supersticiones contra ciencia.
Las culturas están llenas de supersticiones.
Aunque la ciencia avanza ese tipo de creencias, muchas de ellas ancestrales, persisten.
Desde cruzar los dedos a no pisar la raya.
Inclusive, entre muchos predomina el miedo a que un gato negro se atraviese en su camino.
¿Por qué se cree en las supersticiones?
Supersticiones contra ciencia: ¿Qué son?
Una superstición es considerar que una acción o evento tendrá cierta consecuencia, aunque no haya relación lógica alguna.
Por eso a las supersticiones se les percibe como pensamientos irracionales.
Por ejemplo, si crees que portar un amuleto tendrá como efecto ganar dinero tienes una supertición.
Es claro que obtener dinero depende de tus acciones – trabajar, por ejemplo – y no de un adorno que traigas contigo.
A pesar de que es irracional, no son pocos los que siguen cultivando las supersticiones.
Desde la época de los antiguos romanos, filósofos como Cicerón se preocupaban por las superticiones.
Eran vistas como un «excesivo temor a los dioses».

Supersticiones contra ciencia: Origen y experiencias
En latín la palabra «superstitio» significa «permanecer arriba». También se traduce como «sobrevivir».
Posiblemente se aplicaba a los padres que hacían rituales para que sus hijos vivieran más tiempo que ellos.
El origen de las supersticiones está en la manera en que procesamos la información.
Nuestros cerebros son expertos en buscar conexiones. Han evolucionado así porque es útil para nuestra sobrevivencia. El problema es que muchas veces vemos conexiones donde no existen.
El psicólogo conductista estadounidense Burrhus Frederic Skinner realizó en 1948 un interesante experimento.
En una jaula puso ocho palomas y un alimentador automático que les proveía de comida cada cierto tiempo.
En determinado momento las palomas hacían cosas propias de su comportamiento. Sucedió que una de ellas frotaba su cabeza contra un rincón de la jaula cuando el alimentador suministró el alpiste.
A partir de esa experiencia, cada vez que tenían hambre las palomas repetían la conducta, es decir, apoyaban la cabeza en el mismo sitio.
Era como si creyeran que su acción había provocado que apareciera comida. Al parecer, habían desarrollado una superstición.

Supersticiones contra ciencia: Creer a pie juntillas
¿Y qué pasa con los humanos?
Una prueba inspirada a lo ocurrido con las palomas se repitió con personas.
Reunidos en un cuarto, a los participantes se les dijo que no tenían que hacer nada. Pero también se les informó que obtuvieran el mayor número de puntos posibles.
El número de puntos era visible para cada individuo y el puntaje aumentaba cada cierto tiempo, independientemente de lo que el sujeto hiciera.
Y aunque el comportamiento y el puntaje no tenían relación, muchos creyeron que sus conductas afectaban de alguna manera el puntaje. Es decir, desarrollaron una creencia supersticiosa.
Por ejemplo, una de las personas empezó a mover con cierto patrón palancas que los investigadores habían colocado.
Otro observó los focos dentro del cuarto. Incluso, una de las participantes tocó cosas en dicho espacio, se subió a una mesa y comenzó a saltar hasta quedar exhausta.
Todo porque creyeron erróneamente que sus acciones podían incrementar el puntaje.
De esa manera los humanos también desarrollamos creencias similares.

Como un ritual o costumbre
Por ejemplo, si en la práctica del fútbol se anota un gol de gran factura mientras se usan ciertas medias es posible que crea que le traen suerte.
La cuestión es que a diferencia de los animales esas creencias se transmiten de persona a persona y de generación en generación.
Una verbigracia conocida es la idea de que el número 13 es de mal agüero: se remonta al episodio bíblico de la última cena, donde había 13 personas en la mesa y el desenlace fue la muerte de Jesús de Nazaret.
Al respecto, muchos edificios altos no tienen un piso numerado como 13.
La costumbre de «tocar madera» para evitar que pase algo malo se remonta a tiempos paleolíticos, cuando se creía que los árboles tenían espíritus a los que se les podía pedir protección.
La mala suerte atribuida a los gatos que se topan con alguien proviene de la Edad Media, pues se pensaba que eran animales afines a las brujas.
Y resulta, como dato curioso, que los gatos negros son considerados de buena suerte en Escocia: los marineros acostumbraban llevar a gatos negros en sus barcos.
Supersticiones que persiguen por todos lados
Otra superstición harto conocida es la de los siete años de mala suerte para el que rompa un espejo. Es que se pensaba que uno veía su alma reflejada en el otro lado.
Además, los romanos tenían la idea de que el cuerpo humano se renovaba cada siete años.
La creencia de que se pueden evitar males mágicamente realizando ciertas acciones simbólicas se denomina «efecto apotropaico».
¿Cuántas veces has sentido que se debería evitar hablar de que algo malo puede acontecer para evitar que suceda?
Hasta los brindis y expresar buenos deseos tienen algo de supersticioso.
Ni siquiera la mente de los científicos son inmunes a la superstición.

Pensamiento casi automático
El psicólogo británico Bruce Hood, mientras dictaba una conferencia, ofreció dinero a quien se pusiera una chaqueta que mostró al público. Todos aceptaron.
Pero cuando dijo que la prenda había pertenecido a un asesino en serie, más de la mitad de los interesados desistió.
Este modo de pensamiento casi automático es llamado «sistema 1» por el psicólogo norteamericano de origen israelí Daniel Kahneman.
No solo da las supersticiones sino que permite tomar decisiones y sobrevivir en la vida diaria sin tener que cuestionar cada signo.
También existe el «sistema 2», más reflexivo y racional, mediante el cual pensamos con mayor profundidad y lógica.
Sin embargo, muchas veces no lo ejercitamos.
En ese caso se trata de pereza o desidia.
El caso es que las supersticiones siguen rondando en nuestras vidas y se hace difícil restarles importancia.
Tomado de CuriosaMente, PSISE, Almudena Seguros.
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