Por Katty Salerno
Ana Virginia Escobar volvería a ser periodista si naciera de nuevo. No lo dice ella, pero es la conclusión natural a la que uno llega al oírla hablar con tanta pasión del periodismo, profesión que comenzó a ejercer incluso antes de que recibiera el título que le otorgó la Universidad Central de Venezuela (UCV) en 1997.
Compartir su tiempo entre sus seres queridos – en especial con Eu, su hija, que ya tiene 16 años, y su esposo, Guss- y su profesión ha sido siempre un reto para ella, particularmente durante los 18 años que trabajó para Radio Caracas Televisión, cuyo cierre aún le duele.
En la actualidad es igual. Sus jornadas —que duran en promedio 12 horas— comienzan muy temprano en la mañana con su programa Primera hora, que se transmite por VIVOPlay y TVV (EE. UU.) y terminan después del cierre de Mucho que contar, el espacio de radio que conduce en 88.1 FM y que sale al aire casi al caer la noche. En el ínterin hace muchísimas cosas más, entre ellas para Bancamiga, el banco del cual es imagen desde hace ocho años.
Prueba de esa enorme capacidad que tiene para trabajar es esta entrevista que concedió a Curadas.com mientras se recuperaba de una cirugía estética a la que se sometió y de la cual también nos habló sin empacho, con total naturalidad y sencillez. Así como es ella, natural y sencilla.

¿Quiénes son tus padres?
Mis papás son caraqueños caraqueñitos. Mi papá, Santos Eduardo Escobar Fernández, escritor, poeta; tenía una columna en El Nacional. Mi mamá, Gisela Margarita Domínguez Daly, socióloga. Trabajó mucho tiempo en la administración pública (en la cuarta república). Tuvo una tienda/galería de arte en Las Mercedes que se llamó Tierrazul. Yo la ayudaba y me encantaba ese trabajo.
Nací en Caracas, igual que mis hermanas. Soy la menor de las tres. María Gisela, psicólogo y Clara Margarita, diseñador gráfico. Vivimos en Altamira, pegaditos a El Ávila, y luego, buena parte de mi niñez y adolescencia, en Las Mercedes, así que estudié en el colegio Santo Tomás de Villanueva, al lado de la iglesia Nuestra Señora de La Guadalupe.
¿Qué tradición venezolana preservas de tu familia?
Las Navidades en mi familia son 100 % venezolanas. Aquí no viene Santa, sino el Niño Jesús. Y se comen hallacas caraqueñas. Aunque la verdad es que no sé de dónde son las que llevan una lajita de huevo duro, pero desde pequeña se lo ponían en casa de mi abuela y seguimos la tradición.
Tu hija Eugenia ya tiene 16 años. ¿Qué fue lo más difícil de ser mamá y profesional al mismo tiempo? ¿Qué está estudiando ella?
Sí, Eugenia tiene 16 años y es una niña increíble. Cuando ella estaba chiquita cerraron RCTV y yo seguí trabajando en el noticiero del mediodía y luego en el de la noche. No fue fácil, pero afortunadamente siempre he contado con el apoyo de Gustavo, mi esposo, quien es el mejor papá que pude soñar para Eu. Nos compartimos las tareas, yo la llevaba al colegio todas las mañanas y cuando podía, la buscaba en la salida. ¡Esa era la felicidad absoluta! No sé cómo hacía, pero siempre lograba estar en el momento de sus tareas y la llevaba a sus piñatas. ¡Ese sí que no era el plan favorito de Gus! (Risas).
Creo que esos años le di mucho tiempo de calidad y toda la cantidad que pude. Incluso me robé tiempo de mi trabajo para dárselo a ella. ¡Hoy lo puedo decir sin temor a represalias! (Risas). Entiendo que a veces no hay más remedio y es preferible el tiempo de calidad que la cantidad, pero si podemos, también es importante, importantísimo, darles cantidad de tiempo a nuestros hijos, estar con ellos, que nos sientan presente…
Una vez que salí de RCTV, en 2013, todos los trabajos que he tenido los he ajustado a los horarios de ella. Ya está en cuarto año y todo es más fácil, aunque la relación tiempo calidad-cantidad sigue siendo importante. Creo que eso no termina hasta que son realmente adultos y su vida está verdaderamente encaminada.
Eugenia quiere estudiar una carrera universitaria aquí en Venezuela y luego hacer un postgrado en el exterior. Hasta ahora le gusta Arquitectura. Me encantaría que eligiera esa carrera, pero sé que aún puede cambiar de opinión, así que justo estamos en el proceso de su selección. Lo que ella decida, su papá y yo la apoyaremos ciento por ciento.
Hablando de carreras ¿qué te animó a ser periodista?
Cuando era pequeña me encantaba contar lo que pasaba a mi alrededor. Describía todo y escribía en cualquier lugar. Mi abuela me decía: «Tú escribes tanto y en todos lados, que si encontraras el libro del Acta de Independencia mal puesto, lo tendrías todo rayado con tus notas». (Risas).
Cuando me llegó la hora de seleccionar la carrera en bachillerato estaba indecisa entre Arquitectura y Odontología. Mi hermana, que estudiaba Psicología, me sugirió que considerara Comunicación Social, que me veía habilidades para eso, que era una carrera con mucho campo y que probablemente me gustaría.
La escogí como primera opción del CNU, pero quedé fue en Educación en la UCV. Entré en Comunicación Social en la UCAB, pero yo quería estudiar en la UCV, así que presenté la prueba interna de la escuela y así ingresé a la carrera.
Siempre agradezco a mi hermana esa orientación vocacional, aunque a veces, en los momentos difíciles de esta profesión, me he preguntado cómo habría sido yo cómo arquitecto u odontólogo. (Risas).

¿Cómo era el periodismo en Venezuela en ese momento en que te iniciaste? ¿Hubo algún hecho o alguna figura del periodismo que te motivara a seguir esta profesión?
Cuando comencé el periodismo era abierto, en el sentido del acceso a las fuentes. No había la censura que se ve hoy en los medios abiertos, por lo menos yo nunca la sentí con fuerza en RCTV. Alguno que otro hecho, es probable, no hay medios perfectos, pero jamás se me pidió que no dijera una palabra o que no me refiriera a un hecho.
Hubo un caso que me marcó mucho cuando apenas estaba comenzando a reportear y fue el de la heladería La Poma. Unos asaltantes entraron a robar, resultaron detenidos y, a las horas, muertos. El periodista de sucesos que cubrió ese hecho tenía las imágenes de los individuos saliendo por sus propios medios del lugar. Hubo toda una discusión interna en el canal sobre si difundir o no esas imágenes, por la repercusión que eso podría tener hacia los policías, el periodista que lo cubrió, etc. La decisión fue decir la verdad, sacar las imágenes. En materia de información política ya todos sabemos las consecuencias de no dejar de decir las verdades que tanto incomodaron al régimen en su momento.
¿Cómo llegaste a RCTV? ¿Cómo te convertiste en ancla del noticiero?
Comencé en RCTV el 21 de marzo de 1994. Estaba en los primeros semestres de la carrera universitaria y ya había hecho una pasantía en Miraflores. Mientras esperaba cupo en la universidad, hice una pasantía en el Departamento de Reparto del canal, donde se elegían a los extras para las novelas. La jefa de ese departamento quería que me quedara a trabajar con ella, pero le dije que lo mío era el periodismo y que comenzaría la carrera. Estuve ahí solo porque quería conocer RCTV por dentro.
Pero volviendo a la carrera, cuando estaba empezandito, un profesor me dijo que había una vacante para una pasantía en Miraflores (en ese entonces sede del Gobierno). La tomé porque siempre pensé —y aún lo creo— que el periodismo se aprende en las aulas y en la calle al mismo tiempo.
¡Fue la experiencia de mi vida! Eso fue el año (1993) en que Venezuela tuvo cuatro presidentes: CAP, que fue destituido y hecho preso; Octavio Lepage, que lo sustituyó como presidente del Congreso; luego Ramón J. Velásquez, elegido por Los Notables y finalmente Rafael Caldera, quien ganó las elecciones ese año.
Por esos días una amiga me dijo que se había abierto una vacante de redactora en RCTV, en el horario nocturno. ¡No lo pensé dos veces!
Luego me convertí en ancla porque en RCTV creían en la meritocracia. Kristina Wetter, quien narraba la emisión estelar de El Observador cuando estábamos en Los Cortijos de Lourdes, me dijo una noche que me veía madera de narradora de noticias. Y me propuso que me sentara en el set a hacer unas pruebas. Recuerdo que me prestó su blazer y que su maquillador me arregló. Todo quedó ahí, aunque de vez en cuando ella me daba consejitos de narración y los practicábamos.
Al poco tiempo de trabajar como redactora —que es la posición inicial en el noticiero—, mi jefa me preguntó si quería ser reportera. Acepté y no sé en qué momento aparecí en el escritorio de la emisión matutina de El Observador junto a Anna Vaccarella. A partir de ahí tuve las dos posiciones, ancla y reportera, lo que me encantaba porque no me desligaba de la calle y a la vez narraba noticias, lo cual me apasionaba. En esas estuve muchos años, hasta que ya no pude seguir como reportera de calle por cuestiones de tiempo. Fue una etapa muy linda.
¿Qué hiciste luego del cierre de RCTV? Fue un hecho que marcó al país entero y que también afectó, en lo emocional, a muchos trabajadores del canal. ¿Cómo fue tu vivencia de este hecho?
El primer cierre de RCTV fue durísimo para todos los trabajadores del canal y para el país, así es. Aún creo que no lo superamos del todo. Por lo menos yo no, debo reconocerlo. Pero es que para mí no fue uno ni dos cierres de RCTV, fueron cuatro.
El primero fue en mayo de 2007, cuando la pantalla se fue a negro. Uno de los días más dolorosos de mi vida, que aún duele. Pero al día siguiente, todo el personal de El Observador estuvo en el canal, listos para producir noticias y a las pocas horas comenzamos a salir por Globovisión. Nos reinventamos y seguimos.
A los meses salimos por televisión por cable como RCTV Internacional y todo volvió poco a poco a la normalidad. Nos sentíamos seguros porque ya no estábamos en señal abierta y no nos podrían aplicar la Ley de Contenidos. ¡¡¡Error!!! En enero de 2010 vino el segundo cierre. Nos sacaron del aire nuevamente. Comenzaron los despidos masivos y ahí las herramientas internas que usé para reponerme del primer cierre no fueron suficientes. Necesité ayuda psicológica.
Un pequeño grupo de El Observador logró mantenerse en la planta, entre ellas yo, y comenzamos a salir por Caracol TV, de Colombia. Solo el noticiero, pero tenía una gran sintonía. Un buen día Caracol dijo que “por presiones” no podría seguir transmitiendo El Observador. Se cerraba otra ventanita por la que lográbamos informar.
Despidieron a más compañeros, pero seguimos saliendo por la web del canal. Hasta un día de abril de 2013, cuando me informaron que la de la noche anterior había sido la última emisión de El Observador. Yo no lo sabía. Ni siquiera pude despedir como se merecía el primer noticiero del país. Eso sí me quebró el alma. Fue el cuarto y último cierre para mí, porque ese día me despedí de mi amado RCTV.
Trabajas muchísimo. ¿Cuántas horas tienen tus días?
No sé cuántas horas tienen mis días, pero sin duda necesito más. (Risas).
Me levanto a las 4.45 – 5.00 de la mañana para alistarme para mi programa Primera hora, en VIVOPlay y TVV (EE. UU.) y termina —en cuanto a trabajo formal— a las 6.00 de la tarde cuando cierra Mucho que contar, mi espacio de radio en 88.1 FM.
En el ínterin hago muchísimas cosas. Produzco el programa de radio junto con mi productora, Reyna Hernández. Hago campañas de publicidad para clientes. Modero eventos. Trabajo para Bancamiga, banco del que soy imagen desde hace ocho años. Asisto a eventos a los que me invitan pero que son parte del trabajo de comunicar lo que se hace en el país.
Y, por supuesto, me ocupo de mi prioridad, mi casa y mi familia. Con ganas de comenzar proyectos personales este año, así que estoy afinando detalles.
¿¡Y cuándo descansas!?
Al terminar el programa de radio me preparo para el programa de televisión del día siguiente, porque son muchas entrevistas de temas internacionales y de EE. UU. Pero procuro terminar máximo a las 7.00 de la noche para, cuando puedo, caminar un rato y hacer un poco de ejercicio. A las 8.00 p. m. ya no doy más, ya no soy nada productiva, así que ahí llega la hora de descansar.
Así es entre semana. Los fines de semana no hay trabajo. Es 100 % para mi familia. Todos saben que ahí no hay invitación a evento que valga, a menos que nos incluya a los tres.
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En 2021 te afectó la covid. En tu cuenta en Instagram dices que tuviste algunas secuelas. ¿Nos podrías hablar de tu caso, cómo te contagiaste, qué sentiste, cuáles fueron las secuelas?
No tengo idea cómo me contagié de covid. Nadie de mi familia ni de mis contactos se contagió. Ni Eugenia ni Gustavo se contagiaron porque apenas sentí algo extraño en mi cuerpo empecé a usar tapabocas en casa y le pedí a Guss que durmiera en otro cuarto.
El 31 de diciembre fuimos a casa de mi cuñada y estuve todo el tiempo lejos de la familia, con tapabocas, no hubo abrazos ni nada. Aunque no me sentía mal, algo me decía que no estaba del todo bien, más allá de la rinitis que suelo sufrir en diciembre. El primero de enero, comiendo una hallaca, me di cuenta de que no tenía gusto ni olfato. Tampoco era algo del todo raro en mí, porque con la rinitis pierdo ambos sentidos. Sin embargo, como debía trabajar en el canal el tres de enero, me hice la prueba para descartar. ¡Una sorpresa total!
Fui prácticamente asintomática hasta que por ahí el día ocho comenzaron unos dolores de cabeza fortísimos. Sufro de migraña desde los 11 años, pero estos no se comparaban con esos dolores. Una vez superada la covid comencé un tratamiento con el neurólogo, pero aún no me recupero del todo. Sigo con dolores de cabeza, afortunadamente ya no tan fuertes, y la fatiga y el cansancio no me han abandonado del todo.
Siguiendo con el tema de salud, comentaste en tus redes que te sometiste a una cirugía estética. ¿Nos puedes contar de qué se trató? Eres muy bella, ¿qué te hacía falta mejorar? No son decisiones fáciles de tomar, más cuando se tiene una imagen pública como es tu caso.
Así es, no fue una decisión impulsiva, por el contrario, muy pensada. Era algo que deseaba hacer desde hacía mucho.
Siempre fui de senos pequeños pero una vez que di a luz a Eugenia y la amamanté durante 11 meses, los senos me quedaron mucho más grandes. Luego vinieron los años y la gravedad hizo su trabajo. Lo cierto es que nunca me sentí cómoda con la forma como quedó esa parte de mi cuerpo.
Los cirujanos plásticos que consulté para hacerme la cirugía de reducción mamaria siempre me hablaban de colocar prótesis. Yo no quería ponerme prótesis, por eso no me operaba. Hasta que conversé largamente con el Dr. Omar Orsini, cirujano plástico especialista en reconstrucción mamaria, quien me dijo que era perfectamente posible hacer esa reducción con mi propio tejido y hacer lo que llaman unos «autoimplantes».
También lo conversé con un médico oncólogo, quien me dijo que eliminar tejido en las mamas grandes reduce las probabilidades de sufrir cáncer de mama. Así que todo se alineó para tomar la decisión.
Ahora tengo senos más pequeños, en su lugar y sin prótesis. ¡Felicidad absoluta!
Y ya que entré en quirófano, le comenté al Dr. Orsini que los párpados superiores me estaban molestando un poco y consideró que podía hacer una blefaroplastia y un refrescamiento con sus equipos de última tecnología. Estoy esperando ver los resultados, pero confío plenamente en el trabajo de este cirujano.
¿Qué balance haces de tu vida hasta este momento, tanto en lo personal como en lo profesional?
Falta mucho camino por recorrer. No sé qué vendrá mañana, me ha tocado reinventarme varias veces, pero espero tener siempre la posibilidad de trabajar en lo que me gusta: comunicar.
Confieso que ya no me interesa tanto la entrevista política, sino la entrevista útil, la que deja algo en la vida, en el día a día del televidente o el radioescucha, la entrevista que aporta. Eso es lo que quiero hacer más que nada. Quiero contar las cosas buenas que se hacen en mi país, pero no desde el cliché de «la apuesta a Venezuela» sino desde el convencimiento de que trabajando de verdad, invirtiendo desde las bases, saldremos adelante.
En lo personal, me siento feliz con mi familia, en la que creo firmemente. Orgullosa de la mujer en la que se está convirtiendo Eugenia. Orgullosa de mi esposo, la persona más amorosa del mundo y que día a día da ejemplo de honestidad y rectitud a nuestra hija. Una familia pequeña pero sólida y, sobre todo, muy unida. ¡Así somos!



