Estudios muestran que solo con hacer el gesto de la sonrisa las personas pueden sentirse mejor
“Algunas veces la alegría es la fuente de tu sonrisa y otras veces la sonrisa es la fuente de tu alegría”, decía el monje budista Thích Nhất Hạnh.
Ríe, y el mundo entero reirá contigo. Llora, y llorarás solo.
Dae-su, personaje de la película coreana “Oldboy”, repite estos versos de la poeta Ella Wheeler Wilcox (1850-1919) mientras esboza una sonrisa forzada.
Al mismo tiempo intenta comprender por qué lo mantienen secuestrado durante 15 años en una habitación sin más compañía que un televisor y un cuadro con esos versos, para después dejarlo en libertad con un teléfono celular y una billetera con dinero.
¿Estamos tristes porque lloramos o lloramos porque estamos tristes? ¿Puede una sonrisa, aunque sea falsa, levantarnos el ánimo?

Charles Darwin, en su libro La expresión de las emociones en el hombre y los animales (1872), ya describió el efecto amplificador de las manifestaciones físicas de las emociones (cambios fisiológicos, expresiones faciales) sobre nuestras experiencias afectivas.
Basándose en estas ideas, el filósofo estadounidense William James y el médico danés Carl Georg Lange propusieron hace más de un siglo que dichas experiencias estarían determinadas por la percepción de señales corporales generadas por la actividad del sistema nervioso periférico, tales como la frecuencia cardíaca o la frecuencia respiratoria.
La hipótesis de la retroalimentación
Desde entonces, ha sido una cuestión muy estudiada por la ciencia. Una de las líneas de investigación más prolíficas es la que explora la hipótesis de la retroalimentación o ‘feedback’ facial.
Este planteamiento sostiene que la activación de la musculatura del rostro implicada en la expresión de determinadas emociones influye directamente en la manera en que las experimentamos.
Así, fruncir el ceño nos haría sentir enojados, mientras que la elevación de las comisuras de los labios incrementaría nuestra sensación de bienestar.
La mayoría de estudios que han puesto a prueba esta conjetura se han basado en la simulación de expresiones faciales asociadas a emociones como la alegría o la ira.
Cuando después se preguntaba a los participantes sobre su estado de ánimo, la mayoría afirmaba estar sintiendo la emoción de una manera más intensa que en situaciones en las que no se activaban dichos músculos.
Sin embargo, este procedimiento ha sido criticado por el hecho de que las personas podrían ser conscientes de estar generando una sonrisa o poniendo una cara de enojo.
Con el lápiz en la boca
Para soslayar el problema, Fritz Strack y sus colaboradores (1998) desarrollaron el procedimiento del lápiz en la boca.
Estos investigadores informaron a una serie de personas de que iban a participar en un estudio sobre coordinación motora en el que tenían que sujetar un lápiz entre los dientes (como cuando forzamos una sonrisa) o entre los labios (lo que impide simularla) mientras veían tiras cómicas.
Los resultados mostraron que los participantes a los que se forzó a esbozar el gesto risueño manifestaron haberse divertido más que aquellos a quienes se les impidió sonreír.
Basándose en este tipo de hallazgos se han desarrollado estrategias terapéuticas como las que invitan a sonreír unos segundos cada día delante de un espejo para aumentar la sensación de bienestar.
Incluso se ha llegado a proponer que la inyección de toxina botulínica en el entrecejo reduce los síntomas de depresión.
No obstante, otros trabajos han sido incapaces de respaldar de manera concluyente a la hipótesis de la retroalimentación.
Por ejemplo, varios estudios han mostrado que el mero hecho de sentirnos observados a través de una cámara puede hacer que este efecto desaparezca.
Según parece, la presencia de ese dispositivo reduciría la confianza en las inferencias que realizamos a partir de los movimientos de nuestros propios músculos.
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