Alicia Plaza: “No tengo fecha de caducidad”

Por Katty Salerno

Alicia Plaza mantiene encendido su fuego. El volcán que siempre ha sentido dentro de sí y que ha usado como metáfora para explicar por qué se convirtió en actriz, cantante y bailarina, sigue activo.

Una fuerza interior y una trayectoria que resumió en una frase en esta entrevista con Curadas.com: “No tengo fecha de caducidad”. Su belleza y espontaneidad también siguen intactas, ahora enriquecidas con las reflexiones profundas nacidas de la experiencia y de las lecciones aprendidas.

—¿De quién heredaste tus hermosos ojos verdes?

—De mi mami, que los tiene azules como el cielo. Mi mamá es italiana, de Florencia. Aunque mi papá dice que por parte de los Plaza también hay una bisabuela que tenía ojos azules. Pero yo no creo que es de ahí, creo que nos viene de mi mamá. Mi hermana mayor, Elena; Juan Bautista, que le sigue, y yo, tenemos los ojos verdes.

—Ya que hablas de tu mamá, quisiera que nos contaras cómo fue tu infancia, cómo fue crecer con una madre ausente.

—Nosotros no tuvimos a nuestra madre en el día a día, pero sí estuvo presente en nuestras vidas. Yo ya la perdoné. Pero debo decir que allí tampoco pasó nada grave. Eso fue en los años 60. En ese entonces mi mamá era una mujer como lo puede ser ahora Shakira. Una mujer que se dio cuenta de que quería conocerse, que necesitaba entender por qué se había casado y convertido en madre de cinco muchachos. En esa época las mujeres no se hacían esas preguntas, no tenían voz ni podían cuestionarse nada. Los maridos eran los jefes de todo. Las mujeres estaban en la casa planchando, lavando y cocinando. La publicidad de esa época presentaba a la mujer con un delantal y una aspiradora o cocinando.

»Mi mamá no era así. De ella, creo yo, saco toda mi rebeldía, esa forma mía de ser que parece que siempre voy contracorriente, como descubriendo mi propio lenguaje, mi propia esencia. Desde niña he sido igualita a mi mamá. Por eso llegué a entenderla y a perdonarla. Mi papá la entendió muy bien. Entendió que ella necesitaba su espacio, encontrarse a sí misma. Ella llegó a Venezuela con mis abuelos, venían de una situación horrible, como lo fue la Segunda Guerra Mundial. Llegaron huyendo de Mussolini. Hay que conocer los contextos en la vida de las personas para poder entender qué pasó ahí. Mi papá más bien la animó a que hiciera su vida y la ayudó. Por eso él se quedó con nosotros.

»Mi papá era un tipazo, un tipazo. Él fue padre y madre para nosotros. Recuerdo que cuando yo estaba próxima al desarrollo, mi papá fue quien me lo explicó todo. Agarró una regla de madera, de esas que usábamos en el colegio, y me dijo “esto se llama regla, mi amor, pero en este momento vamos a usarla como modelo de comparación para que entiendas lo que vas a vivir pronto”. Entonces me habló de una cestica de huevos, es decir, el útero, donde las mujeres guardamos a los bebés cuando se están formando. Pero que, cuando no hay bebés, el útero como que lloraba y que eso, que pasaba todos los meses, era la regla. Algo así me explicó.

—Era también un hombre de ideas muy avanzadas para haber entendido a tu mamá y que, lejos de condenarla, más bien la ayudara y animara a que encontrara su camino.

—Nunca nos habló mal de ella, nunca. Yo no recuerdo a mi papá haber dicho nada malo de mi mamá. Por el contrario, siempre nos decía que era la mujer más bella que él había conocido. Él tenía como lo mejor de los dos mundos, porque era muy sensible, pero a la vez muy pragmático. Además, él manejaba muy bien su lado femenino, eso siempre me llamó la atención. Él lavaba su ropa interior y la colgaba en orden, como por colores. Y hacía la lista del mercado. Íbamos todos al CADA a hacer las compras. Era tan organizado que hacía la lista de acuerdo a la ubicación de los productos en los pasillos del supermercado. Y cada vez que los cambiaban de lugar se molestaba y peleaba con el gerente. ¡Era una nota todo aquello! (Risas).

—Dijiste que perdonaste a tu mamá, lo que me hace presumir que en algún momento hubo algo que no entendiste de esa situación, que te hizo ruido.

—No, ahí no hubo ruido. Hubo un vacío emocional clarísimo. Yo aún recuerdo mi imagen asomadita en el balcón de nuestro apartamento de San Bernardino cuando ella se fue. Eso me quedó como una impronta. Eso se llama vacío emocional. Es un vacío que uno va buscando cómo llenarlo. Así fue hasta que un día… Esta es una historia muy bonita que nunca he contado a ningún periodista, pero te la voy a contar porque siento que ahora puedo hacerlo y me encanta poder hacerlo.

»A los 24 años yo ya era muy famosa, ya todo el mundo sabía quién era Alicia Plaza. Empecé a los 17, imagínate. A esa edad yo aún dormía con un trapito con el que jugaba de niña. Yo tenía un vínculo emocional con ese trapito. Pero un día me levanté y me dije que tenía que terminar con eso, que debía resolverlo. Yo siempre he sabido manejar muy bien mi inteligencia emocional, me lo han dicho psiquiatras y psicólogos. Entonces decidí ir a buscar a mi mamá. No tenía muy claro qué iba a hacer ni qué le iba a decir, eso se me ocurrió después.

»Compré el pasaje y me fui para New Orleans, donde vivía mi mamá con su tercer esposo, que era como diez años más joven que ella. Llegué sin previo aviso y toqué el timbre de la casa. Él abrió la puerta y mi mamá, al verme, me preguntó que qué hacía yo allí. Yo le dije que quería conocer a mi mamá, vacilarme a mi mamá. Ella me dijo que no estaba lista para eso. Carlos, su esposo, un tipazo maravilloso, la ayudó a entender la situación y fue tan gentil que nos dejó solas en la casa. Él se fue esos días a vivir con una de sus hijas.

»Pasamos juntas dos semanas e hicimos un trabajo tan bello, pero tan bello, que hasta podría servir para hacer una serie para Netflix (risas). Yo la perseguía por toda la casa, le decía que me besara, que me abrazara y me diera cariño. Le pedía que me bañara, que me diera la comida en la boca, me peinara. Dormíamos juntas, veíamos películas juntas. Le pedí que me enseñara a cocinar comida italiana. Me enseñó a hacer la salsa de pomodoro, la lasaña, sopas italianas… Hablábamos en italiano, que yo lo había olvidado. Esas dos semanas fueron absolutamente idílicas. Para ella también fue importante que su hija «la artista” la buscara. Ella me decía que yo siempre fui especial, desde que nací.

»Las dos lloramos y sanamos muchas cosas. Y todo porque yo lo procuré, busqué la manera de resolverlo. No me quedé llorando ni me volví una tipa amargada, de esas que no le hablan a la mamá o que viven diciendo cosas malas de su mamá. No. Yo fui y resolví. Y a partir de ese momento mi mamá se convirtió en mi mejor amiga. Entonces me decía que su Aliciucha, ella me llamaba así, era la única que había entendido todo. Ambas hicimos un trabajo de sanación. Y eso fue lo que permitió que ese vacío emocional se fuera porque ya yo tenía a mi mamá de vuelta.

—Siempre has dicho que te convertiste en actriz porque sentías un volcán dentro de ti que te empujaba a serlo. Que de allí sale la Alicia Plaza actriz. Por linaje familiar, tienes también grandes facultades musicales. Esa capacidad que tienes para conectarte con lo emocional, ¿te ayuda al momento de actuar?

—Yo creo que yo he sido muy polifacética, capaz de hacer de villana al igual que de representar escenas de suspenso, de tensión. Pero lo que tal vez se me da mejor es la tragicomedia. Elbita (la actriz Elba Escobar), que es mi hermana, mi comadre —es la madrina de Adriana, mi hija mayor, y yo soy la madrina de Simón, el hijo de ella— y que me conoce de toda la vida, dice que en la tragicomedia es donde mejor logro fundir ese volcán, esa cosa emocional que siento al actuar y que tú mencionas.  Ella dice que yo me parezco mucho a Lucille Ball.

»Y soy así en mi vida personal. Me puedo machucar un dedo y en el momento gritar de dolor y decir una palabrota, pero a los cinco minutos me estoy riendo de eso. La tragicomedia es así, es algo que de tan trágico y triste puede dar paso a la alegría.

»Esa faceta tragicómica es la que me está dominando ahorita como actriz, con la que me estoy conectando en estos momentos. En un taller de actuación para cine que estoy haciendo con Mario Sudano me tocó representar una escena de Victoria Abril en Tacones lejanos, de Pedro Almodóvar, que me hizo caer en cuenta de esto. Estoy en una etapa en que me río sabroso de las cosas horribles de la vida. No de todas, por supuesto, pero es como una forma nueva de entrompar la actuación. Yo soy muy intensa, muy emotiva. Por eso digo que es como si tuviera un volcán dentro de mí.

»Mis amigas dicen que parece que nunca voy a tener fin. Todas ellas están tirando la toalla, ya no quieren hacer nada sino quedarse en casa viendo series de Netflix. En cambio, yo sigo. Soy como un dinamo. Yo me veo como Jane Fonda, que a los ochenta y tantos años sigue haciendo cosas. Yo soy de esas. Cuando terminemos esta entrevista me pongo mi mono, mis audífonos y me voy al gimnasio escuchando a Céline Dion. Y aunque los carajitos ni me miran, yo me sigo sintiendo divina.

»Esa es la Alicia que se encontró desde el dolor, desde el abandono, desde la pérdida, desde todas las cosas que me pasaron, como los divorcios. No tener pareja a esta edad es una cosa muy dura. Pero yo he decidido buscarle la vuelta a todo, a ver si aparece algo interesante (risas). No me detengo a pensar o a sentir que ya lo hice todo, o que ya llegué a un punto en que debo descansar o retirarme. ¡Para nada! Siento que yo no tengo fecha de caducidad. Y creo que esto me permite llegar más lejos y vivir más intensamente. Eso también tiene su parte mala, porque de alguna forma soy como un saltamontes y eso, a veces, no lo entienden bien los demás. Pero esa soy yo. Esa es mi esencia.

—¿Nunca te ha pasado algo que te haya hecho sentir triste o deprimida?

—Sí, claro. Por ejemplo, en febrero del año pasado reapareció mi noviecito del colegio. Fuimos novios a los nueve años, cuando estudiábamos en el colegio Nuestra Señora de Pompei, en La Florida, y ahora estamos los dos de 65, imagínate.

—¿Él fue el primero que te besó?

—Sí, pero en el cachete. Nunca nos besamos en la boca. Él fue mi primer amor. Me iba a visitar a la casa y todo, en shorts y franela. Él se me declaró delante de todo el mundo en el colegio. En esa época yo me sentía como el patito feo, con mi cabello rizado frente a todas esas niñas italianas con cabellos largos y lisos (risas).

»Él me escribió por un chat y me contó que hacía poco había enviudado y que lo único que le venía a su mente eran mis ojos verdes y mis rizos dorados. Y empezamos a vernos nuevamente, pero yo me volví mierda porque lo que hice fue hacer el duelo con él. Entonces terminé yo con doble duelo, con triple duelo. Terminé deprimida y tuve que buscar ayuda terapéutica.

»Claro que he pasado cosas horribles. Pero yo convierto las crisis en oportunidades. En homeopatía eso se llama crisis curativa. Cuando entro en crisis me las vacilo completicas. Como lo que hice con mi mamá. Igualito. Yo así soy para todo. Desde la tragedia busco la vuelta para que el cortisol no me joda la vida. Para no envenenarme la sangre. Me vacilo mis crisis y me las vacilo hasta el final. Yo hago crisis curativas conscientes. No las resisto, ni las oculto, ni las enmascaro.

—Tu formación como actriz fue un poco empírica, ¿no?

—En cierta forma sí. Digamos, no estudié en la Juana Sujo o en alguna de estas instituciones conocidas. Es que todo ocurrió muy rápido. Cuando yo salí al ruedo inmediatamente se enamoraron de mí. Yo no pasé por castings ni nada de eso. Mi debut profesional como actriz fue en teatro, con la obra El juego que todos jugamos (1978), que se presentó en la Juana Sujo. De allí obtuve mi primer papel en el cine, con Román Chalbaud, quien me llevó a la película El rebaño de los ángeles (1979). Con ese papel me gané todos los premios ese año.

»No podía seguir estudios en una academia porque era muy difícil cumplir los horarios. Trabajaba muchísimo. Me la pasaba trabajando en teatro, cine y televisión. Pero sí hice muchos talleres, porque los horarios eran más flexibles. Estudié con Daniel Farías. Con Juan Carlos Gené estudié el método Stanislavski, que es una técnica teatral basada en la memoria emotiva. Estudié con José Ignacio Cabrujas y con Enrique Porte, con quien cursé el método del Actor´s Studio. Yo me autoeduqué, pero lo hice con profesores de gran nivel como los que te acabo de nombrar.

—¿Qué ha tenido más peso en tu carrera profesional: tu belleza o tu talento?

—En el medio artístico siempre buscan primero la belleza. Y si además tiene talento, mejor.

»Ser bella y de ojos verdes me ayudó a abrir muchas puertas, sí, pero yo también demostré mi talento. Hasta en los casos en que una persona no sea tan agraciada, si tiene talento, también puede conquistar su mercado. Yo diría que en el medio artístico la vara primera con la que te miden es la de la belleza, y luego tienes que demostrar que tienes talento. Lo que le pasó a Marilyn Monroe, que era tan bella que nadie quería creer en su talento hasta que se metió a estudiar con Lee Strasberg. Ella tuvo que caerse a puños con todos para que le dieran un lugar.

»Yo también era extremadamente bella y sexy y tenía un cuerpazo. Yo también tuve que luchar para que me pararan como actriz. Pero en mi caso eso nunca se convirtió en un problema, como sí ocurrió con Marilyn, que realmente sufrió mucho. Yo tuve la oportunidad de hacer mucho teatro en mis inicios y ahí pude demostrar que había talento detrás de la belleza.

—La belleza en el mundo artístico puede ser un arma de doble filo. Puede abrir puertas, pero también cerrarlas. En 2017 surgió en Estados Unidos el movimiento #MeToo, que denunció los casos de abuso y acoso sexual en la industria del cine y la televisión de ese país. Las denuncias se extendieron luego a otros países y a diferentes sectores. ¿Sabes si ha ocurrido también en la industria del cine y la televisión de Venezuela? ¿A ti te paso algo así o supiste de colegas a las que les pasó?

—A mí me ocurrió. Y me ocurrió muchas veces. Muchas veces fui humillada y chantajeada con propuestas de ese tipo por parte de ejecutivos, directores y productores de canales de televisión, dentro y fuera de Venezuela, y también de periodistas. Nombres y apellidos que probablemente me llevaré conmigo, porque no sé si estoy lista para revelarlos. Si en Venezuela se desatara un movimiento parecido y empezaran las actrices a soltar, tal vez yo los suelte también.

»Pero te voy a decir una cosa, Katty. Nunca lograron doblegarme porque mi talento se impuso. A pesar de que trataron por todas las formas de hacerme daño, no lo lograron. Me hicieron daño emocional, mucho, pero jamás sucumbí.

»Por supuesto, hubo represalias por yo no haber cedido. Una vez, sacaron de una telenovela a un personaje que yo estaba interpretando. Lo mataron de tuberculosis. Y me dije: “muy bien, me mataron el personaje. Pero voy a interpretar la mejor muerte por tuberculosis de la televisión que yo pueda”. Me convertí en toda una Margarita Gautier. La gente que estaba en el estudio me aplaudió cuando grabamos la escena.

»En otra ocasión, alguien me invitó a almorzar. Llegué al restaurante y había un ramo de flores inmenso en la mesa. Empezamos a conversar y de pronto me presenta un cheque por ¡un millón de bolívares!, que en ese momento era un dineral. “Yo lo que quiero es estar una vez contigo”, dijo. Yo ya era muy conocida, pero no era millonaria. Tenía mi apartamentico y un carrito viejito, hasta ahí.

—Vi el cheque y lo único que se me ocurrió decirle fue: ¿tú sabes de quién soy hija yo?

—No, ¿de quién eres hija?

—Soy hija de Gonzalo Plaza y estoy segura de que a mi papá no le va a gustar nada esto. Y le rompí el cheque, temblando. Yo casi me muero cuando ese hombre me dijo esa cochinada. A raíz de eso me sacaron unas portadas horribles en una revista, tanto así que mi papá, que en ese momento era director de El Nacional, tuvo que intervenir y solicitar que se revirtiera todo lo que estaban diciendo de mí. Yo nunca le pedí ayuda a mi papá, a pesar de que era una ilustre figura pública y con mucha influencia en el mundo político. En esa oportunidad tuve que hacerlo porque fueron palabras mayores.

»La prensa me convirtió en la Marilyn Monroe venezolana por mi magnetismo sexual, pero yo no soy todas esas cosas que decían de mí. Yo me eduqué en un colegio católico y con una familia con valores y principios muy arraigados. Entiendo muy bien a todas esas muchachas que han hecho sus denuncias en el marco del #MeToo, porque a mí me pasó.

»Por eso hoy, a los 65 años de edad y casi 45 de carrera profesional, puedo decir que lo he hecho bien. A pesar de que me hicieron tanto daño, me impuse por mi talento. Todo esto lo he hablado con compañeras y colegas. A todas les han pasado cosas similares. Y todas hemos callado. Pero, respondiendo tu pregunta, te confirmo que sí, que eso sí existe y ha existido en Venezuela. Y te doy permiso para que lo digas.

—¿Y ha habido discriminación hacia las mujeres en la industria venezolana del entretenimiento? ¿Los salarios eran menores a los que les pagaban a los hombres, por ejemplo?

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—Yo creo que en ese sentido sí ha sido diferente en Venezuela. Yo, por ejemplo, no era de las que más ganaba, pero una Amanda Gutiérrez, sí. Ella se impuso en el canal 8, se volvió la reina del canal 8. Mimí Lazo era la mejor pagada en RCTV. A uno le pagaban en función del rating. Yo tenía un rating alto, pero no como el de Mimí. Asimismo, un actor podía ganar menos que yo si su rating era menor que el mío.

—¿Tienes algún amuleto o ritual para la suerte?

—Una oración al Espíritu Santo que me dio mi maestro espiritual. “Pido al Espíritu Santo que obre en mí y me muestre la verdad”. ¿Cuál es esa verdad? Puede ser muchas cosas. Saber si una persona está siendo sincera contigo, si te conviene hacer un negocio o si te debes ir de viaje. Cualquier cosa que quieras saber. Ese es mi gran ritual. Cada noche, al acostarme, le pido al Espíritu Santo que obre en mí y me muestre la verdad, el camino que debo seguir. La verdad se disfraza mucho y a veces no es fácil verla con claridad.

»Tengo otro que consiste en respirar profundo y decir “suelto y confío”. Le entrego mis problemas a Dios, que se encargue Él de mostrarme la solución. Y un tercero que me enseñó Crisol Carabal. “Pongo en la luz este evento (un problema o situación difícil, lo que quieras) para el bien mayor, para los más altos fines”. Esto funciona como un rayo de luz que disuelve cualquier nudo. Estos son los rituales que más practico en este momento.

—Con todo lo que me has contado me doy cuenta de que tu fama de rebelde y transgresora es una fama muy bien ganada. ¿No te arrepientes de nada en tu vida?

—Mmm… Sí. Me arrepiento de haber vendido mi casa para irme a Estados Unidos. Cuando me fui en 2005 lo hice con la intención de traspasar fronteras y alcanzar la internacionalización de mi carrera, meta que logré, porque desde el punto de vista profesional a mí me fue muy bien.

»Mi papá siempre me decía que para yo saber cuán buena podía ser en mi carrera, tenía que medirme con profesionales de otras partes. Yo entré a Telemundo luego de hacer un casting. Y recuerdo que cuando llegué a Estados Unidos todo el mundo me dijo que sería imposible entrar a Telemundo. Yo lo logré y con un papel protagónico (Pecados ajenos, 2007), no interpretando a una drogadicta latina. Nada de eso. Yo entré a Telemundo con apartamento y carro, por la puerta grande, como decimos las artistas. Ya mi papá había muerto, pero seguía recordando sus palabras: cuando el estándar internacional te valide, entonces sabrás si eres buena actriz.

»Pero, retomando tu pregunta, vendí todo porque pensé que no iba a regresar. Ese error lo hemos cometido muchos venezolanos. Si yo hubiese tenido la madurez que tengo ahora, no hubiera vendido mi casa, ni mi carro, ninguna de mis cosas. Regresé porque el papá de mis hijos, Eduardo (qepd), no quería que nuestros muchachitos pasaran la adolescencia en Estados Unidos. La adolescencia en ese país puede ser muy peligrosa, los muchachos se pierden rápido por el tema de las drogas. En ese sentido Venezuela todavía es muy pura, dentro de todo lo malo. Aquí no pasan esas cosas terribles de que los muchachos agarran una ametralladora y en cuestión de segundos matan a sus compañeros de clases. Por eso estuve de acuerdo con que nos regresáramos.

»Otra cosa de la cual me arrepiento es haberme divorciado de Eduardo. Cuando yo tuve a mi primera hija me volví loca con la maternidad. Solo me dedicaba a ella. Yo estaba enamorada de mi esposo, pero lo descuidé. ¡Eso le ha pasado a tantas mujeres! He escuchado a tantas contar esta misma experiencia de vida. Por eso, ahora, cada vez que veo a una muchacha embarazada, les pido permiso y les doy este consejo: cuando tengas a tu bebé, dale espacio a tu esposito. Hagan el amor, salgan a restaurantes, vean televisión juntos. Yo no tuve quien me lo dijera. Pero, de resto, no; no me arrepiento de nada en mi vida.

—¿Qué edad tienen tus hijos ahora?

—Adriana Mercedes tiene 28 años. Es psicóloga, graduada de la UCAB.  Se fue para España, está viviendo en Barcelona con su novio, un muchacho precioso. Ya tienen dos años juntos. Está encaminadísima, trabaja para Google App. Le va superchévere, está contentísima. Carlos Eduardo cumplió 26 en enero y es futbolista profesional. Se graduó de abogado en la Universidad de Margarita (Unimar) y luego se fue con su hermana. Está trabajando como promotor turístico y le va muy bien. Pero lo que realmente quiere es ser futbolista. Ya está en un equipo profesional de Barcelona. Allá están los dos. ¡Me hacen tanta falta! Su ausencia me hace muchísimo ruido, pero, bueno, ahí vamos. En algún momento tal vez me vaya para allá, lo he pensado.

»Pero no todavía. En este momento estoy dedicada a la docencia. Eso también me viene de familia. Yo tengo la docencia metida en el ADN más profundo, como me dice Elbita. Mis cuatro abuelos eran docentes. Mis abuelos por parte de madre fundaron un colegio en Valera. Mi abuela era escritora y educadora y mi abuelo era educador. Y mis abuelos por parte de los Plaza, también. Mi abuelo Juan Bautista Plaza fundó la escuela Juan Manuel Olivares, que está en La Florida, de la que fue director. Y mi abuela Nolita Pietersz Rincón de Plaza era profesora de Historia del Arte (egresó en la primera promoción del Instituto Pedagógico de Caracas, en 1939). Yo soy una docente natural. Yo siento que la docencia es mi misión de vida. He descubierto que me encanta enseñar, me está dando muchas satisfacciones.

»Como te decía, estoy dando clases privadas de actuación a jóvenes que quieren seguir esta carrera y que tienen pensado formarse en el exterior. Deben prepararse muy bien porque se enfrentarán a procesos de admisión muy exigentes. Te estoy hablando de instituciones como la Academia Juilliard o la Universidad de Boston. Una de ellas acaba de entrar en un internado de actuación en Suiza. Después de seis meses de clases conmigo, lo logramos.

»Estoy haciendo el diplomado de Efraín Hoffmann para formarme como terapeuta. En esto me he venido preparando desde hace doce años, desde que vivía en Margarita. Quiero ser terapeuta, sanadora y motivadora, creo que por ahí van los tiros de mi próximo movimiento. Quiero mudarme a Aguirre (Carabobo). Ya conseguí una casita. Como cantante no estoy muy activa, aunque tengo una presentación en mayo en Lidotel Valencia.

—Pero casi todos te recordamos es como actriz, fundamentalmente. Tú naciste para ser actriz, no hay duda.

—Y para ser cantante y bailarina. Mi primera formación artística fue en el baile. Yo empecé estudiando danza contemporánea con Hercilia López. Yo soñaba con ser como Isadora Duncan. La actriz es importantísima en mi vida, sí. Pero, insisto, mi forma de expresión primigenia fue a través del baile. Cuando canto, también bailo y actúo. Lo hago con mis gestos, con los movimientos de mi cuerpo. Nunca me verás tiesa en un escenario. Mañana empiezo a retomar mis clases de baile. Ahora que tengo mi cadera nueva, puedo volver a bailar.

¿Entienden por qué Alicia Plaza dice que no tiene fecha de caducidad?

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10 comentarios en «Alicia Plaza: “No tengo fecha de caducidad”»

  1. Me encantó la entrevista con Alicia Plaza, su vida privada es ejemplar..sobre todo manejo bien el aspecto emocional que pudo haberle causado traumas terribles, como pasa con muchos chicos en esos casos..

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