Venezuela: Rumbo a la recuperación del Esequibo, Fase XXIII, Entrega 231

Venezuela: Rumbo a la recuperación del Esequibo

(Continuación)

En los mejores términos sustentados sobre la racionalidad de los eventos que han venido ocurriendo en estas últimas semanas sobre la disputa territorial de Venezuela con Guyana, surge obligante la disyuntiva ante todos los venezolanos en cuanto a ¿Cómo es que de una reunión realizada en Argyles entre ambos Gobiernos hace apenas un poco más de cinco meses, en el que se acordó bilateralmente de entrada respetar lo establecido en el Acuerdo de Ginebra de 1966, nos encontramos hoy en día ante una incertidumbre naciente, en la que se han venido generando sostenidos eventos cual escalada de tensiones, tendientes a la conformación de un posible desorden encaminado a la inestabilidad regional?

Las perturbaciones y desconciertos originados entre ambos países, fusionados con intensidad por la ponzoña silenciosa y mefítica de terceros actores, han ido amplificando la inserción de una estridencia exponencial en el campo geopolítico, geoeconómico y geoestratégico regional, cuando más bien, las trayectorias iniciales del entendimiento bilateral apuntaban hasta hace poco, a que se tomaría un rumbo muy distinto para atender la disputa territorial sobre el Estado Guayana Esequiba, sin embargo, intereses de otras índoles distintas a la conciliación, han motivado y condicionado la situación actual, hasta llegar a ser “requerido” que la inestabilidad” sea introducida como plataforma para dar cabida a nuevos escenarios esenciales, que justifiquen la dicotomía que se ha presentado en este nuevo tablero estratégico, en el que los actores decisorios sobre dichos intereses provenientes del ámbito internacional, e incluso algunos del nacional, cuyos puntales han sido de sólido y elevado calibre para cada una de las partes, han venido realizando ajustes sigilosos vectorizados a distintas ramificaciones, involucrando al “factor tiempo” como parte notable a evaluar, lo cual ha sido establecido en sus respectivos cronogramas, recordándole al lector, que el calendario ha sido y es el instrumento estratégico por excelencia utilizado ayer y hoy por los gobiernos. A buen
entendedor, pocas palabras.

La disputa territorial entre Venezuela y Guyana injerta como un rompecabezas en la cosmovisión de esta esfera geográfica desde su génesis, permite distinguir hoy en día cuatro etapas muy claras sobre este asunto, siendo estas la geohistoria desde el descubrimiento de América en 1492 hasta 1834, hechos que se han inclinado como única vez e irrepetibles en el tiempo de manera irrefutable a favor de Venezuela, seguido de la paradoja incongruente y contradictoria con las acciones emprendidas por Gran Bretaña en contra del
gentilicio nacional, que surgió desde ese entonces hasta finales del siglo XIX, con la usurpación del Territorio Esequibo a través del viciado Laudo Arbitral de París de 1899, lo que permitió el fortalecimiento inmediato de la toma de conciencia venezolana ante la incidencia sobre el sentido de integridad territorial y ejercicio de la soberanía nacional y ésta se mantuvo con bajo perfil hasta mediados del siglo XX, reapareciendo la misma ante la Organización de las Naciones Unidas en una tercera etapa, lo que conllevó a la firma del Acuerdo de Ginebra de 1966, culminando hasta ahora en una actuación que ha resultado aviesa sobre las atribuciones que se adjudicó interpretativamente el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, quien abrió las puertas unilateralmente en franca complacencia a los intereses del Gobierno de Guyana, elevando el caso para alcanzar una supuesta solución ante la Corte Internacional de Justicia, mediante la demanda interpuesta por el país vecino ante la instancia jurídica señalada, mientras que se realiza con el silencio complaciente de la comunidad internacional, la adjudicación de ilícitas licitaciones en materia energética, minera y forestal en beneficio único de Guyana, cuando dichos recursos les pertenecen a todos los venezolanos. La sumatoria de ello, ¿constituye verdaderamente la base de esta cuarta etapa, encaminada a una solución adecuada en un contexto aceptable, práctico y satisfactorio para ambas partes? Difícilmente pueda acompañarse la respuesta de dicha interrogante con una afirmación que no sea irónica y sarcástica.

No puede ignorarse la dificultad que representa el cuadro final señalado en el párrafo anterior, en el que la reciente posibilidad de un desorden orientado a las intenciones de generar un caos, ante las incertidumbres generadas por las acciones omitidas y emitidas por el Gobierno de Guyana en lo que va de este siglo XXI, pero que también llevan implícitos algunos aspectos impulsados por Venezuela, han conllevado a la conformación de una sumatoria de factores que prevalecen aún impávidos e inalterables a pesar de las intenciones guyanesas, pero también, es necesario destacar que han surgido otros factores que no se pueden enmarcar como parte del azar, y menos cuando éstos han generado una interacción perversa, que persigue alterar el curso de la verdad sustentada en la geohistoria, en el compromiso jurídico establecido, y en la búsqueda de la solución ajustada bilateralmente al entendimiento de las partes, y no de un tercero. ¿En qué mente cabe que precisamente un tercero pueda decidir lo que debe establecerse entre dos partes involucradas? ¿Es tan difícil comprender que la intervención de un tercero es única y sencillamente para sumar, NO para restar, o para imponer criterios, sino para asesorar o sugerir, mas no para tomar decisiones que incidan sobre una de las partes, o ambas?

Visualizando al comportamiento de los fenómenos sociales como hechos abstractos que tienden a ser repetitivos en el tiempo, y considerando en este caso que fue precisamente en el seno de la Organización de las Naciones Unidas, que Venezuela reabrió por la vía diplomática el tema de la reclamación territorial sobre el espacio geográfico integral del Esequibo a partir de 1962, para arribar final y exitosamente al Acuerdo de Ginebra de 1966, pudiese considerarse tal como lo ha evaluado recientemente Peña (2024), que se evalúe la posibilidad de repetir en el marco de los fenómenos diplomáticos, la denuncia de Venezuela en el seno de la Organización de las Naciones Unidas, por el incumplimiento del Gobierno de Guyana en cuanto a lo acordado en la Reunión de Argyles, actividad que fue realizada en diciembre del 2023 con el contundente compromiso en respetar lo establecido en el Acuerdo de Ginebra de 1966, y que a pesar de la posterior Reunión de Brasilia entre Cancilleres, ello ha resultado totalmente infructuoso, dando cabida más bien, a la escalada de tensiones entre las partes. No hacer dicha reclamación de Venezuela con la prontitud que el caso amerita, es darle mayor estela a Guyana para el incremento de su turbia victimización en el campo internacional.

Ante los enfoques presentados hasta ahora, un nuevo paradigma se viene alojando, e incluso se intercala en esta disyuntiva actual, que amerita el ordenamiento de las variables de esta espinosa y liosa ecuación matriz, la cual se ha manejado hasta ahora a conveniencia, bajo la actuación interpretativa de manera unilateral y evasiva del Gobierno de Guyana, de manera que ésta pretende en función del tiempo, evadir por un lado, la irreversibilidad que fue mencionada por el suscrito en el artículo anterior, en el que esta le viene pisando los talones al país vecino ante la aceptación jurídico-matemática sobre las pruebas ineludibles de Venezuela en cuanto a la titularidad del Esequibo a favor del país, razón honesta y contundente por la que Guyana no puede mantenerse en altura para un entendimiento bilateral y directo con el Estado venezolano, y por otro lado, el desorden creado a expensas de terceros actores internacionales con el Gobierno guyanés, mediante la conformación de un cuadrilátero definido por los conflictos internacionales en Asia y el Medio Oriente, las deficiencias expuestas a nivel global para la comercialización confiable de recursos de primer orden, la necesidad de recuperación de espacios geográficos descuidados por potencias del primer mundo, y los recursos petroleros, mineros y forestales explotados en único beneficio del Gobierno de Guyana, sabiendo que estos le pertenecen a Venezuela.

En razón de todo ello, las circunstancias manejadas actualmente en función del tiempo transcurrido y de las labores diplomáticas realizadas con la presencia de terceros actores, habían tendido a la apariencia de un supuesto constructo que podría haber creado condiciones adecuadas para un entendimiento bilateral entre Venezuela y Guyana, hecho que tendría que llegar más temprano que tarde, alineado o no con la decisión que sentencie la Corte Internacional de Justicia; sin embargo, se ha venido observando con el transcurrir de los días, el deterioro dinámico de las relaciones entre las partes (Venezuela y Guyana), cuyo flujo de acciones pareciese destruir todo cuanto se había venido estructurando en la arquitectura de esta simbiosis de acercamientos, generándose sensibles especulaciones sobre las amenazas colaterales que se han acomodado a sus propios intereses, pero acompañadas por la contraparte con permisividades que no encajan en la racionalidad, y ello ha sido el punto neurálgico que ha llamado la atención.

Pero también es muy cierto, que ninguna especulación sostiene bajo ningún concepto la certeza entre lo que se hace o se deshace, razón por la que queda a interpretación del lector, entender que las actuaciones disipativas que ha emprendido el Gobierno de Guyana, han generado una dispersión del orden que no debía implantarse, para evitar que se mantenga el desorden como norte y vector primario en la estructuración de esta disputa territorial, cuyo andamiaje ha emergido a flor de agua pretendiendo exhibir un escenario desalmado y complejo; sin embargo, la realidad apunta en paralelo, a la necesidad de Guyana en mantener un desequilibrio internacional, que anexe con la presencia de terceros, la reversibilidad de los hechos contundentes mediante el desorden manejado en el pasado, en franco aprovechamiento del poder británico contra Venezuela, es decir, una repetición histórica de Guyana “con cara sin rostro”, buscando que valide el Laudo Arbitral de París de 1899 ante la Corte Internacional de Justicia, y que sean terceros quienes den como siempre la cara intangible por ella, mientras que su Gobierno se mantiene victimizado a costillas de otros.

La reacción del Estado venezolano, a criterio del suscrito, a pesar de las respuestas dadas, ha estado fluctuando en algunas incompatibilidades que forman parte del tradicional comportamiento que los países adquieren, cuando les ocurren eventualidades en las que son agredidos por otros, intentando afectar el ejercicio de la soberanía e integridad territorial del país. Tal es el caso actual que viene afectando al Estado venezolano, No a Guyana, como se ha pretendido establecer, concibiendo condiciones cual falso positivo, en el que se victimiza una y otra vez a Guyana, mientras sigue haciendo de las suyas.

Esto es el verdadero epigrama cargado de la sátira guyanesa que ha venido apuntalando la política exterior de ese gobierno; sin embargo, te pregunto Venezuela, si la explotación minera y forestal ha venido ocurriendo hace años en el Esequibo por parte de empresas trasnacionales de terceros países, ¿por qué no te habías pronunciado con mayor fuerza que no fuesen las notas diplomáticas, en otras palabras, por qué hubo tanta permisividad? Y si las actividades petroleras se iniciaron en los espacios acuáticos desde hace años mediante acciones ilícitas, una tras otra, ¿qué coyuntura actual te ha llevado a un cambio de actuación en tu política exterior, para manifestarte de la forma que debiste haber iniciado hace años? Los venezolanos de hoy en día con el sentimiento patrio que los ha caracterizado históricamente, merecen una respuesta.

El venezolano de hoy en día no es el mismo del siglo XIX ni del siglo XX, sino más bien, a raíz de todos los acontecimientos ocurridos tanto en el ámbito nacional como internacional en estos últimos veinticinco años, se ha vuelto un ser indestructible cual hueso duro de roer, en el que ineluctablemente ha venido arrastrando los hechos viciados del pasado referido al siglo XIX, con la necesidad de estructurar hoy en día, un proceso que le permita revertir ante el país y el mundo, todas las atrocidades cometidas por Gran Bretaña y Rusia en el Tribunal de París entre 1897 y 1899, en el que se arrastró también con ello a los Jueces norteamericanos, y cuyo resultado nefasto contra Venezuela en aquel entonces, se ha pretendido mantener bajo una tosca y soez irreversibilidad, intentando repetirse en la actualidad el fondo del asunto, lo cual lleva inmerso la intención ambiciosa y antiética del Gobierno de Guyana mediante la combinatoria de la demanda introducida en espera de la sentencia a su favor de la Corte Internacional de Justicia, y de las licitaciones otorgadas ilícitamente a terceros como parte del incumplimiento del Acuerdo de Ginebra de 1966.

Pero también es indudable, que los hechos geohistóricos resaltantes en el pasado y concatenados al presente sustentado sobre el interés nacional, conllevan a que por una parte, el gentilicio nacional se encuentra afrontando un panorama con primordiales puntales de desarrollo sobre el futuro del país, que afloran actualmente con bajos niveles de equilibrio tanto en lo geopolítico como en lo geoeconómico, y por la otra, el carácter imprevisible que ha marcado la transformación del mundo a raíz de los conflictos actuales, en el que se vienen interactuando dinámicos intereses que le han abierto al país las puertas orientadas a nuevos escenarios estratégicos, algunos favorables y otros no, pretendiendo marcarse como irreversible por parte de terceros, incluyendo a algunos supuestos países aliados de Venezuela, ha pasado a ser totalmente reversible en el presente, especialmente ante los eventos sustentados para la recuperación del espacio geográfico integral del Esequibo, lo cual ha resultado paulatina y escalonadamente contraproducente a los intereses de Guyana. He aquí una de las preocupaciones que enmarca la situación actual del gobierno de ese país.

La sensibilidad y predisposición de los venezolanos para alcanzar una solución a las condiciones únicas que ocurrieron inicialmente sobre esta disputa territorial en el siglo XIX, han sido llevadas forzada y progresivamente por la contraparte (Guyana), a un alejamiento cada vez más marcado del Acuerdo
de Ginebra de 1966, aumentando exponencialmente la divergencia entre las partes para llegar a un entendimiento bilateral, hecho que ubica la situación actual convulsionada por factores geoestratégicos que se agregan por intereses de terceros, a una idealización inapropiada que se ha ido diluyendo con cierta fragilidad en el tiempo, pero dado el carácter de reversibilidad actual en favor de Venezuela, que se fusiona con la realidad actual, se adquiere una especie de sosiego que obliga a una mayor moderación como objetivo alejado de la inestabilidad regional. Por ello, es importante actuar en aras a que no se continúe con el juego de provocaciones y desafíos complacientes a los intereses de terceros, sino más bien, abocarse a lo que realmente constituye el corazón de esta disputa territorial, y no la periferia que usualmente ha sido
manejada en diferentes conceptos políticos y socioeconómicos, como el mundo en el que ha proliferado la actuación de los bárbaros y no precisamente de los civilizados. Esa realidad es un claro preludio del escenario que se viene exacerbando hoy en día, en el que el hambre de poder y del control sobre los recursos existentes, constituye el norte por el que se estaría dispuesto a llegar a los niveles de crisis y conflictos.

Referirse a cada uno de los sucesos ocurridos en los últimos días sobre las tensiones creadas entre Venezuela y Guyana, en el que a pesar de no haberse estructurado una verdadera crisis regional, ello no fue lo más sensato en aflorar, dado que la realidad indistintamente de todo cuanto ha venido ocurriendo, sigue dejando inalterado el statu quo de la controversia territorial, manteniéndose el caso procesal en la Corte internacional de Justicia, aunado a la explotación y comercialización del petróleo venezolano por parte de Guyana para su único beneficio con el silencio complaciente de los demás países haciéndose llamar aliados y no aliados, lo que se complementa con la intención continua de debilitar cada vez más lo establecido el Acuerdo de Ginebra de 1966, además de la explotación minera y forestal de empresas transnacionales de otros países, que se han inclinado en favorecer la turbia posición guyanesa, sabiendo que se están obteniendo recursos que solo pueden traducirse en sustracción y escamoteo.

Si el Estado venezolano no genera cambios sustanciales en el corazón del statu quo señalado en el párrafo anterior, tiende a convertir sus acciones en lo que ha hecho Guyana hasta ahora, es decir, en una burda y simple politiquería, con un muy alto costo en perjuicio de ese país, buscando incrementar las falsas probabilidades de éxito con la participación de terceros que también negocian hoy en día con Venezuela, razón por la que la evolución de la disputa territorial se encuentra en un profundo enjambre de intereses que inmiscuyen las intenciones de recuperación de espacios geopolíticos, geoestratégicos y geoeconómicos por parte de países del primer mundo, siendo ello un hecho que amerita acciones directas e indirectas de carácter político, diplomático y militar, ya sean estas combinadas entre sí o con la inserción de otras acciones adicionales de carácter exponencial y contundente, pero continuar fluctuando en un “SÍ PERO NO, o un NO PERO SÍ”, es caer en el mismo juego bronco y destemplado del Gobierno de Guyana.

Lo anterior le implica al Estado venezolano, reordenar varios factores, y uno de ellos, es el señalado anteriormente sobre la vectorización de Peña (2024), en elevar el caso de la Reunión de Argyles ante la Organización de las Naciones Unidas, aunado a la posibilidad de una contrademanda inmediata a Guyana ante la Corte Internacional de Justicia, entendiendo que Venezuela puede hacerlo de manera similar al contexto bajo el cual se efectuó la entrega de la Contramemoria, a pesar de no reconocerse la competencia jurídica de dicha instancia jurídica sobre la disputa territorial del Estado Guayana Esequiba, enlazado ello bajo el mismo concepto anterior a la solicitud de las medidas cautelares, entendiendo que el pronunciamiento del Tribunal Internacional de La Haya, tendría que aceptarlo y adherirse obligatoriamente al Acuerdo de Ginebra de 1966, sumatoria de eventos que alterarían el curso del statu quo actual con la consecuente ruptura de la falsa simetría colocada sobre el tapete estratégico, tal como lo ha querido aparentar el Gobierno de Guyana en conjunción con la participación de varios gobiernos colaterales.

Adicionalmente, las acciones militares que se han ventilado sobre el tapete del asunto en sí, tienen múltiples formas como enfoque estratégico ante las vicisitudes e incomodidades que se vienen desarrollando en la región y su entorno, pero la actuación mediante la diplomacia cañonera a pesar de conformar una supuesta forma de frenar las actuaciones contrarias, por sí sola, no ha sido suficiente ni se ha manejado en el más amplio contexto sobre un plano real, puesto que la balanza tecnológica ha representado por un lado, la relativa desventaja sustentada sobre las capacidades operativas y logísticas de terceros, pero también, el suscrito manifiesta vehementemente el término “relativa”, considerando que las condiciones del teatro de operaciones bajo una actuación asimétrica en la región geográfica en disputa, no es tan favorable como se ha pretendido señalar.

El tuerto es rey en el reino de los ciegos. La combinación militar y diplomática sigue constituyendo un excelente elemento de negociación y entendimiento, puesto que las puertas siguen abiertas a tal fin, y Venezuela Sí tiene los elementos necesarios para manejarse y deslizarse sobre estas aristas que conforman el “Nudo” que enlaza integralmente la disputa territorial con todo cuanto viene sucediendo bilateralmente, incluyendo las variables internacionales que forman parte de la realidad global. ¿o es que ello no ha sido apreciado en su verdadera dimensión dentro del Acuerdo de Ginebra de 1966?

Culmino manifestando por ahora, que la inestabilidad de la presente dinámica y contendiente bilateral como asunto supremo y único de Estado, no de gobierno, ni de tolda política, ni de color alguno, a pesar que pareciese perseguir la conformación arquitectónica de un desorden tendiente a la creación de un posible caos entre Venezuela y Guyana, y por consiguiente, de la región ubicada al norte de la América del sur, requiere de una mayor incisión en materia de liderazgo, que Venezuela debe asumir con celeridad como ente transformador de la fragmentación malsana impulsada por intereses perversos de terceros. El Esequibo más temprano que tarde será devuelto a su legítimo dueño, y los venezolanos de hoy en día, en un nivel de crecimiento y de conciencia superior al pasado que cercenó el territorio objeto de estudio, continúan firmemente en una dirección que apunta a desaparecer con seguridad, la distinción entre la región que estuvo sombreada en los mapas como área en reclamación y la que no lo está, de manera de alcanzar finalmente el equilibrio esperado al reafirmar con la mayor contundencia, que el “sol que brilla sobre Venezuela, nace en nuestro Estado Guayana Esequiba”.

Por: C/A (r) Dr. José Chachati Ata

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