La partería ancestral en Colombia, un “servicio humanitario” frente a la desidia estatal

Quibdó/Istmina (Colombia) (EFE).- Pacha Pasmo ha atendido 8.000 partos y ningún bebé ha muerto en sus manos. Recibe más nacimientos en su ‘nicho’, una consulta adyacente a su casa, que en el centro de salud de Istmina, un bullicioso pueblo del Chocó, en el Pacífico de Colombia, donde la partería es un garante de vida para las mujeres.

“De milagro esto está vacío”, dice Daira Vanesa al llegar al ‘nicho’ de Pacha desde Sipí, una comunidad a hora y media por río.

Pacha Pasmo practica la partería en Colombia y recibe más nacimientos en su 'nicho' que en el centro de salud de Istmina.
Francisca Córdoba (d), conocida como Pacha Pasmoy quien practica la partería, hace un control médico a Daira Vanesa (abajo) el 30 de mayo de 2024 en Istmina (Colombia). EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

Llegó hace tres días porque en un embarazo anterior esperó hasta el final para ir al hospital y rompió aguas en una lancha y parió sola bajo el aguacero.

“Tiene un centímetro de dilatación… por ahí pare en la noche”, explica Pacha tras inspeccionarla.

Patrimonio de la humanidad

Francisca Córdoba, ‘Pacha Pasmo’, antes tenía miedo a la sangre y atendía partos con los ojos cerrados, pero su fascinación por “recibir pelaos” (niños) acabó con sus sudores fríos y los nervios.

“La partería no se hace, la partería nace; es algo que uno lleva en la sangre, uno quisiera a todas horas estar atendiendo partos”, dice a EFE.

La partería ancestral de comunidades afro e indígenas es patrimonio cultural de Colombia y desde el año pasado también Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En el Chocó, según la Asociación de Parteras de este departamento (Asoredipar), hay 1.500 parteras y parteros.

Pacha Pasmo practica la partería en Colombia y recibe más nacimientos en su 'nicho' que en el centro de salud de Istmina.
La presidenta de Asoredipar Chocó, Manuela Mosquera (i) realiza un control a una mujer indígena y a su bebé el 27 de mayo de 2024 en Quibdó (Colombia). EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

“Es un legado que se transmite a hijas y nietas, que busca integrar saberes tradicionales con los saberes occidentales pero siempre queriendo preservar la vida del niño y de la mujer”, explica a EFE la presidenta de Asoredipar, Manuela Mosquera.

La partería es necesaria en el Pacífico de Colombia porque la falta de vías, la desidia estatal y la violencia armada privan de médicos y centros de salud a la población.

“Las parteras hacen esta labor sin esperar por qué o por quién, siempre están dispuestas a ayudar, a preservar una vida (…) Es un servicio humanitario”, apunta Mosquera.

Saberes ancestrales en la partería en Colombia

A Domitila Menas, con casi 70 años, aún se le iluminan los ojos mencionando los bebés que ha traído al mundo. A ella tampoco se le he muerto ninguno de los 180 que ha atendido.

“A mí no me enseñó nadie”, dice orgullosa, sentada a la orilla del río Atrato; aprendió al parir sola a su primera hija en 1975. ‘Mamá Domitila’ tuvo 19 embarazos y 26 hijos, que se suman a los casi 200 que ha ayudado a parir.

Pacha Pasmo practica la partería en Colombia y recibe más nacimientos en su 'nicho' que en el centro de salud de Istmina.
Domitila Menas, quien practica la partería, entrega plantas medicinales a una mujer a orillas del rio Atrato el 27 de mayo de 2024 en Quibdó (Colombia). EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

“Las parteras terminan siendo las madrinas de los niños que atienden (…) son una segunda madre”, explica Mosquera.

Acompañan en el embarazo, atienden a la madre tras el parto y al bebé en sus primeros meses, incluso dicen que moldean su cuerpo y pueden achatarle la cabeza o ponerle más nalgas con sus manos.

Y no cobran. En una población acosada por el hambre, no hay con qué pagar y reciben la voluntad o tratan de sacar algo por los brebajes de hierbas naturales y medicamentos que preparan.

Ciega, sorda, muda

Domitila sabe que una mujer está embarazada al verla cambiar el pie con el que anda, pero lo calla. También sabe si un feto está bien al tocar la base del cuello de su madre con dos dedos. Por eso, sabe que Nancy no está de dos meses y no tiene 17 años. Es su vecina y sabe que la niña, embarazada de seis meses, tiene apenas 14 años.

“Tienes que dejar de beber alcohol porque si te duele es por la bebida”, le recrimina a esta niña indígena.

Domitila Menas (c) posa junto a sus nietos y otros parientes a quienes ayudó a nacer, el 27 de mayo de 2024 en Quibdó (Colombia). EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

Las parteras conocen la realidad de sus comunidades, donde los embarazos adolescentes son cotidianos y la violencia y la pobreza ahogan a las madres. Pero callan.

“Nuestro símbolo en la partería, en la ética, es Shakira: Ciega, sorda, muda. Lo que vemos no tenemos por qué comentarlo, lo que oímos no tenemos por qué sacarlo”, añade Manuela.

De la mano de la medicina

Saben que un parto a veces es vida o muerte, por eso instan a las madres a que vayan a hacerse chequeos al hospital, no atienden cuando ven signos de riesgo e incluso acompañan a la madre al centro médico.

Esa es la fórmula de la baja mortalidad, a pesar del estigma que cargan por la mortalidad materna.

“Cuando un niño se muere en un hospital, ¿qué pasó? ¿Lo mataron? Porque como siempre que un niño muere en manos de una partera es porque lo matamos nosotras”, acusa Pacha.

Para esta partera, lo más importante es “la vida de las personas, que se salven los niños”, y es lo que defienden con sus manos, su conocimiento y sus saberes.

Curadas / Vía EFE

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