Votar o no votar en Venezuela: el dilema previo a irse o quedarse

Para los venezolanos, votar es un asunto existencial.

El dilema ya no es nuevo, pero lejos de haber perdido importancia, es más relevante que nunca.

Algunos ven el voto como la única herramienta para el cambio. Otros lo consideran la legitimación de un sistema que no respeta la voluntad popular.

Votar o no votar en Venezuela: el dilema previo a irse o quedarse

Analicemos los argumentos de ambos lados, y veamos cómo otras naciones han navegado aguas similares.

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La encrucijada del voto: ¿Qué dicen quienes apoyan votar?

Los que defienden el voto en Venezuela lo hacen con una convicción profunda en la importancia de la participación ciudadana.

Para ellos, no ejercer el sufragio es renunciar a la única herramienta pacífica que queda para manifestar descontento o para impulsar un cambio.

Entienden que la situación es compleja, que el sistema electoral ha sido cuestionado, pero aun así, insisten en que cada voto cuenta, que cada papeleta es una pequeña victoria de la democracia.

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Piensan que abandonar los espacios electorales es conceder terreno al oficialismo

Argumentan que la abstención solo beneficia a quienes detentan el poder, ya que les facilita mantener el control sin la presión de una oposición fuerte y movilizada.

No se trata solo de ganar una elección, sino de mantener viva la llama de la democracia, de demostrar que la ciudadanía está atenta y dispuesta a expresarse.

Recuerdan que, a lo largo de la historia, muchos regímenes autoritarios han caído precisamente por la presión popular manifestada en las urnas, incluso cuando los resultados iniciales no fueron favorables.

Opinan que cada voto es un mensaje, una señal de resistencia, un recordatorio de que la voluntad del pueblo debe prevalecer.

Sostienen que, aunque el camino sea largo y esté lleno de obstáculos, la única forma de avanzar es seguir participando, construyendo fuerza desde las bases, y no ceder al desaliento.

Además, muchos creen que no votar es perder una oportunidad de presión internacional.

Cada vez que hay un proceso electoral, la mirada del mundo se posa sobre Venezuela.

Una alta participación, incluso en condiciones adversas, envía un mensaje claro a la comunidad internacional: el pueblo venezolano quiere democracia y está dispuesto a luchar por ella.

Esto puede generar más apoyo y acciones concretas de otros países.

Consideran que el voto es una forma de organización ciudadana.

Cada campaña electoral, cada centro de votación, cada mesa, representa una oportunidad para que la gente se encuentre, hable, organice y fortalezca lazos comunitarios. Incluso si los resultados no son los esperados, el proceso en sí mismo contribuye a la cohesión social y a la conciencia política.

Ven el voto como un acto de dignidad

Es una forma de decirle al poder que no te rendiste, que sigues luchando por tus derechos, que crees en un futuro diferente para tu país. Es un acto de fe en la democracia, a pesar de todas las dificultades.

No votar, para ellos, es una forma de autoderrota, una aceptación pasiva de la situación actual. Por eso, defienden la necesidad de votar, incluso si esto implica enfrentar un camino arduo y lleno de frustraciones.

Algunos temen las represalias del gobierno por no haber votado

Y es un punto válido. No es solo un temor a ir presos o a quedar atrapados en Venezuela con prohibición de salida, sino también miedo a «castigos» menores, como multas, impedimentos en trámites y otros tipos de persecusión en trámites y diligencias.

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No votar en Venezuela por la decepción del voto: ¿Qué dicen quienes se oponen a votar?

En el otro lado del espectro, los que se oponen a votar en Venezuela tienen argumentos igualmente poderosos, nacidos de una profunda desilusión y frustración con el sistema político.

Su principal interrogante es directo y contundente: «¿Para qué votar si el gobierno no acata los resultados?»

Esta pregunta resume un sentimiento generalizado de que las elecciones en Venezuela son una farsa, un mecanismo diseñado para legitimar un régimen que, a su parecer, ignora la voluntad popular cuando esta no le favorece.

Recuerdan episodios pasados donde resultados electorales fueron desconocidos, o donde las condiciones del juego se cambiaron sobre la marcha.

Citan la falta de independencia de las instituciones electorales, la inhabilitación de candidatos opositores, y el uso de los recursos del Estado para favorecer al partido de gobierno.

Para ellos, participar en estas elecciones es, de hecho, convalidar una dictadura disfrazada de democracia. Es prestarse al juego de un sistema que ya tiene decidido el resultado, sin importar lo que las urnas digan.

Argumentan que el voto, en estas condiciones, no es un mecanismo de cambio sino una válvula de escape, una forma de canalizar la frustración popular sin que haya una consecuencia real para el poder.

Creen que el régimen usa las elecciones para proyectar una imagen de normalidad democrática ante el mundo, mientras en el fondo, las reglas están amañadas y los dados cargados.

Además, la abstención es para ellos una forma de protesta.

Es una manera de decirle al gobierno y al mundo que no reconocen la legitimidad de un proceso viciado.

Consideran que el costo de ir a votar, el desgaste emocional y el tiempo invertido, no se justifican si el resultado ya está predeterminado.

Para ellos, es una pérdida de tiempo y energía que podría emplearse en otras formas de resistencia civil.

Muchos optan por no votar en Venezuela porque han perdido la esperanza en la vía electoral como solución.

Prefieren buscar otras estrategias, ya sea a través de la presión internacional, la organización de base o incluso la desobediencia civil.

La historia de Venezuela reciente, argumentan, ha demostrado que las elecciones no han servido para cambiar el rumbo del país.

Sienten que votar en estas condiciones es traicionar los principios democráticos.

Es participar en un proceso que no es justo, que no es libre y que no es transparente. Para ellos, la abstención no es apatía, sino una forma activa de resistencia, una declaración de principios.

Creen que solo la presión constante, no necesariamente a través de las urnas, forzará un cambio verdadero.

La desconfianza es profunda y ha calado hondo en la sociedad. La manipulación, la falta de garantías, y la percepción de que las elecciones no son más que un circo para legitimar el statu quo son los pilares de su posición.

Por eso, muchos venezolanos han optado por la abstención como su forma de protesta, su grito de que no se prestarán a lo que consideran una farsa electoral.1

Experiencias internacionales: lecciones de otros países

Venezuela no es el único país que ha enfrentado este tipo de dilema electoral.

Muchas naciones han vivido situaciones similares, donde la legitimidad de los procesos electorales ha sido cuestionada y la participación ciudadana se ha convertido en un campo de batalla.

Analizar estos casos nos da una perspectiva más amplia sobre las posibles consecuencias de cada elección.

El ejemplo de Bielorrusia

Durante años, las elecciones en este país han sido ampliamente criticadas por la comunidad internacional por falta de transparencia y manipulación.

La oposición, en distintas ocasiones, ha llamado a la abstención masiva, argumentando que votar solo legitima a un régimen autoritario.

Sin embargo, en otras ocasiones, han instado a la participación masiva como una forma de protesta y de demostrar la disidencia, aunque los resultados oficiales rara vez reflejan esta oposición.

El efecto ha sido mixto: la abstención ha resaltado la ilegitimidad del proceso para algunos, mientras que la participación, incluso cuando se denuncia fraude, ha servido para que la oposición mantenga un mínimo de visibilidad y organización.

Otro caso relevante es Zimbabwe

Tras años de gobiernos autoritarios y elecciones disputadas, la población ha fluctuado entre la participación y la abstención.

En algunos periodos, la oposición ha logrado victorias significativas a nivel local, demostrando que la participación, a pesar de las dificultades, puede generar cambios.

Sin embargo, en elecciones presidenciales, la manipulación y la violencia política han llevado a muchos a perder la fe en el sistema, resultando en altos niveles de abstención.

Esto ha consolidado el poder del partido gobernante, pero también ha generado una profunda frustración y una sensación de que el voto no importa.

Camboya también ofrece una perspectiva interesante

Después de décadas de conflictos, el país ha tenido elecciones regulares, pero a menudo con acusaciones de fraude y represión contra la oposición.

Algunos partidos de oposición han optado por el boicot, argumentando que no hay condiciones para elecciones libres y justas.

Esto ha llevado a que el partido gobernante consolide su poder con poca resistencia en las urnas. Sin embargo, la abstención también ha sido usada por la comunidad internacional como una señal de la falta de legitimidad del gobierno.

En Mianmar (Birmania), las elecciones celebradas bajo la junta militar fueron boicoteadas por la principal fuerza opositora en varias ocasiones.

La premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, y su partido, la Liga Nacional para la Democracia, se negaron a participar en elecciones que consideraban ilegítimas.

Esta postura fue una forma de protesta y de negación de la legitimidad del régimen. Eventualmente, en 2015, su partido participó en elecciones más abiertas y ganó por una aplastante mayoría, demostrando que la participación, cuando se dan condiciones mínimas, puede ser una vía para el cambio.

El golpe militar de 2021, sin embargo, revirtió muchos de esos avances, llevando a un nuevo debate sobre la utilidad de las elecciones en un contexto autoritario.

Estos ejemplos muestran que no hay una respuesta única

La decisión de votar o no votar en contextos autoritarios o semi-autoritarios depende de muchos factores: la credibilidad del sistema electoral, la capacidad de la oposición para movilizar, el nivel de represión, y la presión internacional.

A veces, la abstención puede ser una poderosa señal de protesta. Otras veces, la participación, incluso en condiciones desfavorables, puede ser la única manera de mantener viva la llama de la democracia y de ejercer algún tipo de contrapeso al poder.

Cada país, cada momento histórico, presenta un conjunto único de circunstancias que influyen en esta difícil elección.

Votar o no votar en Venezuela: el peso de la decisión

La decisión de votar o no votar en Venezuela es profundamente personal y está cargada de significado

No hay una respuesta fácil, ni una solución universal que satisfaga a todos.

Quienes defienden el voto lo hacen desde la convicción de que es el único camino pacífico para el cambio, un deber cívico que no se debe abandonar.

Ven cada elección como una oportunidad, por pequeña que sea, de expresión y de resistencia.

Creen que la abstención solo fortalece a quienes están en el poder y que la participación masiva, incluso ante un sistema adverso, puede enviar un mensaje poderoso.

Por otro lado, quienes se oponen a votar lo hacen con la amarga certeza de que el sistema electoral está viciado, que los resultados no son respetados y que el proceso es una farsa diseñada para legitimar un régimen autoritario.

Para ellos, participar es convalidar esa farsa, es prestarse a un juego donde las reglas están amañadas.

Consideran que la abstención es una forma de protesta, una manera de negarle legitimidad a un proceso que no cumple con los estándares democráticos.

Las experiencias de otros países nos muestran la complejidad de esta encrucijada

En algunos casos, la abstención ha sido una señal poderosa de protesta que ha ayudado a deslegitimar regímenes.

En otros, la participación, a pesar de las dificultades, ha permitido a la oposición mantener espacios y, en ocasiones, incluso lograr avances.

La historia no nos da una receta mágica, pero sí nos ofrece un espejo donde podemos ver las distintas caras de este dilema.

Al final, la decisión recae en cada venezolano. Es una elección que refleja la esperanza o la desesperación, la confianza en el proceso o la profunda desilusión.

Sea cual sea la postura, ambas nacen de un deseo compartido de un futuro mejor para Venezuela, y de la profunda preocupación por el destino de la nación.

El debate seguirá abierto, y la encrucijada de las elecciones venezolanas seguirá siendo uno de los temas más difíciles y dolorosos para los ciudadanos del país.

Aunque son dos cosas distintas, votar o no votar en Venezuela es un dilema tan profundo como irse o quedarse en el país

¿Voto o no voto? ¿Me voy o me quedo? Decisiones que marcan destinos.

La vida del venezolano de hoy se define por encrucijadas profundas, momentos canónicos que marcan el rumbo personal y familiar.

Dos de estas grandes decisiones resuenan con una fuerza particular. Así como votar o no votar, hay otra decisión más crucial: ¿quedarse o irse de Venezuela?

Aunque no siempre estén directamente vinculadas en la acción —en teoría, un venezolano puede votar desde el exterior o abstenerse estando en el país— ambas representan dilemas existenciales donde la esperanza y el desaliento, la convicción y la frustración, chocan de frente.

Son dos caras de la misma moneda de incertidumbre que define a nuestra nación.

La urna: entre la esperanza y el hartazgo

Como discutimos más arriba, para muchos venezolanos votar es un acto de fe.

Es creer que, a pesar de las condiciones, de las dudas sobre la transparencia o el respeto a los resultados, la participación ciudadana sigue siendo la vía pacífica para expresar descontento y buscar un cambio.

Ven el voto como un derecho irrenunciable, una herramienta para mantener viva la democracia, aunque sea con respiración artificial.

No votar, para ellos, es abandonar un espacio de lucha, es ceder al desánimo y regalarle terreno a quienes detentan el poder. Es una apuesta por la persistencia, por no rendirse ante la adversidad.

En contraste, la decisión de no votar nace de una profunda herida.

Para estos venezolanos, el sistema electoral está viciado, los resultados no se respetan y cada elección es una farsa que busca legitimar lo ilegítimo.

¿Para qué participar si el gobierno no acata los resultados? Se preguntan, con una mezcla de hartazgo y frustración.

Para ellos, la abstención es una forma de protesta, un grito de deslegitimación, una negativa a ser cómplices de un juego que consideran amañado.

Es una elección que surge del desencanto, de la sensación de que ya no hay esperanza en la vía electoral.

Ambas posturas, votar o no votar, son válidas y entendibles.

Nacen de experiencias y lecturas distintas de la realidad, pero comparten un mismo deseo subyacente: un futuro mejor para Venezuela.

La decisión que toma cada uno refleja su nivel de fe en las instituciones o su absoluto descreimiento, su resiliencia o su agotamiento frente a un proceso que muchos sienten que los ha defraudado repetidamente.

La maleta: entre la raíz y el exilio. Votar o no votar, irme o quedarme en Venezuela.

Ahora, miremos el otro gran dilema: quedarse o irse de Venezuela.

Esta decisión ha marcado la vida de millones de venezolanos en la última década.

Quienes deciden quedarse lo hacen aferrándose a su tierra, a su familia, a sus recuerdos y a la esperanza de que la situación mejore.

Ven su permanencia como un acto de resistencia, de no ceder ante la adversidad, de construir desde adentro, de ser parte de la solución, por difícil que sea.

Es un acto de arraigo, de amor incondicional a la patria, a pesar de las penurias y los desafíos diarios. Implica una fortaleza inmensa para enfrentar las carencias, la incertidumbre y la inestabilidad.

Por otro lado, la decisión de irse es, para la mayoría, un desgarre.

Millones de venezolanos han tomado el camino del exilio, no por voluntad propia, sino empujados por la búsqueda de oportunidades, seguridad, o simplemente, una vida digna.

Su partida es un grito silencioso de protesta contra las condiciones que los expulsaron de su hogar.

Es una dolorosa aceptación de que el país, tal como está, no les ofrece las condiciones mínimas para su desarrollo o el de sus familias.

Irse es, muchas veces, un acto de supervivencia, una búsqueda de un futuro que Venezuela, en este momento, no les puede dar.

Es dejar atrás una parte del alma, pero con la esperanza de encontrar un horizonte más prometedor.

La intersección de las decisiones

Votar o no votar, y quedarse o irse, son dos encrucijadas que reflejan la profundidad de la crisis venezolana.

Ambas decisiones implican sopesar riesgos y beneficios, esperanzas y desilusiones.

Son momentos donde el venezolano debe confrontar su relación con el país, con sus instituciones y con su propio futuro.

Son puntos de inflexión que definen trayectorias de vida.

Cada venezolano, a su manera, ha tenido que enfrentar estas interrogantes, buscando la mejor vía para sí mismo y para sus seres queridos en un contexto de incertidumbre sin precedentes.

Son decisiones complejas, cargadas de emoción y de consecuencias, que nos recuerdan la resiliencia y el dolor de nuestra gente.

¿Cuál es tu opinión al respecto? ¿Votar o no votar? ¿Irse o quedarse?

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