La valentía de pensar y cómo usar el tiempo en soledad y silencio

Pensar no es tan fácil ni tan común como puede parecer

Los pensamientos intrusivos y rumiantes no equivalen a pensar deliberadamente

Analizar algo para obtener soluciones o respuestas no es una tarea fácil y mucho menos automática

La valentía de pensar: cómo pasar tiempo pensando y en silencio

Las redes sociales son una ventana a lo que estamos haciendo, a lo que nos gusta, y sobre todo, a lo que en el momento nos interesa, aunque ese interés dure unos instantes. 

Uno se puede ir en corrientes rápidas o lentas, efímeras o interminables, de intereses, mañas, profesiones, creencias, religiones, conspiraciones respecto a todo tema que existe.

Puedes apuntarte como seguidor, como fan, como odiador, o como simple transeúnte.

La mayoría de las veces somos ese pasajero que se monta y se baja sin saludar y sin despedirse. Como quien va caminando por un centro comercial o un bulevar y se distrae con alguna vitrina.

También somos quien entra a la iglesia, al templo al culto, a rezar, a juzgar, o a darse golpes de pecho. 

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Y hay basura. Mucha basura.

Porque buena parte del contenido está hecho para captar la atención y nada más.

Otra porción importante es simplemente mentira: falsos hallazgos, falsos profesionales, falsos gurúes.

Por supuesto, hay calidad.

Aunque es esquiva, difícil de encontrar, existe. Cursos, documentales, entretenimiento y muchos memes que, por vacíos y tontos que sean, nos hacen reír y compartir.

Pero la peor trampa no está en la falta de calidad, sino en el tiempo que invertimos en basura.

Y para hablar en el argot técnico, hay una meta-trampa o una meta-pérdida.

Esto es, una trampa por encima de la trampa evidente. O una pérdida por encima de la pérdida evidente. Por ejemplo, la pérdida de tiempo, o la pérdida de conexión con quienes están presentes. 

Otra meta-pérdida es que dejamos de mirar hacia adentro, y eso, aunque muy cómodo, es también bastante triste.

Porque para mirar hacia adentro y pensar, hay que tener valentía.

Así como seduce la soledad, seduce la distracción, que viene además con microdosis infinitas de satisfacción y placer.

No es solo la comodidad de estar distraídos, sino esos efímeros placeres que encontramos en el chisme, en la desgracia, en los falsos o inútiles misterios, en el contenido sexual, en recetas que nunca cocinaremos.

Así nos pillamos, más veces que no, perdiendo tiempo en cosas que ni siquiera nos importan. Ni siquiera nos gustan. Ni siquiera queremos hacer.

Más allá de todo esto, que en conjunto es una forma suficientemente mala, o al menos inútil, de usar nuestro tiempo, está la mutilación del placer y la necesidad de mirar hacia adentro, de estar en soledad, de tener silencio. 

La mente necesita descansar. Necesita menos ruido. 

Estamos hechos para crear. Para hacer. Y no para ser los espectadores inactivos en los que nos estamos convirtiendo.

El tiempo es el tesoro y la atención es su custodio

Tenemos miedo de lo que nos pueda hacer la inteligencia artificial pero la adicción a las redes y a las pantallas ya nos lo está haciendo. 

La inteligencia artificial, al menos hasta ahora, solo ha sumado más interés en las pantallas, más horas digitando sobre el cristal del celular.

Pero estar tan conectados ya nos hizo un daño mayor. 

La cajas bobas y tontas, que eran la televisión y la radio, echaron tentáculos hacia afuera. Aprendieron cantos de sirena, conjuros e ilusiones para enamorarnos todavía más. 

Y seguirán mejorando, al menos en cuanto a su función se trata, así que seguiremos pegados a menos que hagamos algo. 

La valentía de pensar: cuáles son las actividades que nos pueden ayudar e incluso nos pueden salvar. 

Caminar, salir a la calle.

Interactuar, así sea nada más con los que atienden en las tiendas, o con quienes nos agradecen por haberles sostenido la puerta. 

Trabajar

Pero trabajar de verdad, con la atención puesta en lo que se hace. Trabajar para resolver problemas, para crear algo, para cambiar las cosas, para mejorar la manera de producir en nuestra área.

Ejercitarnos

Rendir el antes tan devaluado y satanizando culto al cuerpo. Parecía vanidad ponerse fuerte, preocuparse por la figura. Pero es mucho más vanidosa la falsa intelectualidad, pasar el tiempo pensando que pensamos, cuando en realidad solo nos estamos distrayendo sin hacer nada.

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Mirarnos más al espejo

Hay que volver al espejo, aquel primer cristal de la vanidad, ese que simplemente nos muestra con suficiente exactitud cómo nos vemos por fuera y cómo nos ven los demás.

Pero la mirada al espejo debe ser parecida a la mirada a los pensamientos, al silencio intencional. Por algo mirarse al espejo por mucho tiempo no es fácil para casi nadie.

Debemos mirarnos al espejo buscando qué mejorar. Descubriendo dónde y en qué debemos combatir con más fuerza el paso del tiempo.

Al pararnos frente a nuestra propia imagen debemos ser valientes e ir más allá de la simple reflexión «eso soy yo».

Escribir

Escribe, aunque sea la lista de cosas por comprar. Aunque sea la letra de una canción que tratas de memorizar. Aunque sea el papel que vamos a pegar en la nevera para que no se nos olvide algo. 

Escribir nos obliga a ejercitar el pensamiento. Enfrentarse a la hoja en blanco es igual o más duro que mirarse al espejo.

Y mejor aun es escribir con una rutina, hacerlo diariamente, como un ritual, con una meta.

¿Cómo escribir? Es muy sencillo: solo comienza. Comienza y ya no pares.

Leer

Es muy bueno alejarse de las pantallas leyendo. Y aunque leer es recibir información, es efectivo para aumentar los pensamientos, la imaginación.

Lee, preferiblemente papel impreso. Lee un libro, aunque no sea pesado ni grueso.

La lectura es un ejercicio mental sumamente básico y potente. Es la sentadilla de la mente, y dependiendo de cuánto le dediques y los libros que leas, puede ser todo un gimnasio.

La valentía de pensar y su reto supremo: pasar tiempo sin «hacer nada» y en silencio, mirando hacia adentro. 

¿Las comillas? Pues evidentemente es imposible estar sin hacer nada. Porque cuando menos, en todo momento estaremos pensando. Incluso si estamos dormidos, probablemente estemos soñando. 

El cerebro es una máquina insaciable, rápida, inquieta. No tiene que buscar qué hacer. Siempre está haciendo. 

Así como vivir con otros nos exige hacer los múltiples esfuerzos que requiere la convivencia, estar en soledad con nosotros mismos y mirándonos hacia adentro requiere disciplina, valentía y determinación.

Las mejores ideas nos llegan cuando estamos solos y los mejores pensamientos cuando estamos callados.

Pero, ¿para qué? ¿Qué voy a lograr con eso?

La valentía de pensar, de pasar tiempo pensando y en silencio, te traerá muchos beneficios.

El cerebro en silencio creará más. La mente en paz te hará saber qué es lo más importante.

Con más horas en soledad y en silencio, te hará una persona más accesible a los demás, y como en aquel capítulo de los Simpsons, te enjugarás los ojos y te sorprenderás al darte cuenta de que el mundo todavía existe más allá del internet y de las redes sociales. 

Pero ya va, pensar no es como lo pintan.

Conversemos sobre algo tan fundamental como es el acto de pensar.

No es una tarea sencilla, ¿verdad? A menudo, creemos que estamos pensando cuando en realidad solo estamos dejando que una marea de ideas nos arrastre de un lado a otro.

Es como un río caudaloso donde la superficie está llena de remolinos, pero el fondo, donde reside la verdadera profundidad, permanece inmutable si no nos sumergimos.

La dificultad de pensar de verdad radica en la inmersión y en definir un objetivo.

Pensar requiere de un esfuerzo consciente, de una especie de ancla mental que nos permita fijarnos en un punto, desentrañar sus hilos, observar sus complejidades.

No es simplemente «tener pensamientos» y dejarlos pasar. Eso en todo es meditar.

Pensar es moldear ideas, darles forma, explorarlas desde diferentes ángulos. Resolver problemas, criticar un defecto propio, tener el objetivo de mejorar algo.

A veces pensamos que pensamos. Porque pensar es una labor que, en este mundo ruidoso y lleno de distracciones, se vuelve cada vez más esquiva.

Y es aquí donde el silencio y la soledad se revelan como nuestros grandes aliados.

Imagina un lago en calma, sin viento ni perturbaciones. Solo entonces podrás ver el reflejo nítido del cielo, los árboles, y lo que yace en sus profundidades.

De igual manera, el silencio externo nos permite callar el bullicio interno, ese parloteo constante que a menudo nos impide escuchar nuestra propia voz interior.

Estar en soledad, no como un castigo, sino como una elección consciente, nos brinda el espacio para mirar hacia adentro.

Es un encuentro con nosotros mismos, sin las máscaras que a veces usamos en sociedad, sin las expectativas de los demás.

En ese recogimiento, la introspección se convierte en una herramienta poderosa.

Nos permite examinar nuestras emociones, nuestras motivaciones, nuestras creencias. Es como desempacar una maleta llena de experiencias y decidir qué queremos conservar y qué necesitamos dejar ir.

La atención plena, por su parte, es el faro que ilumina ese camino interior.

Es la capacidad de estar plenamente presente en el aquí y ahora, sin juicios, simplemente observando lo que emerge en nuestra conciencia.

Al practicarla, aprendemos a reconocer los patrones de nuestros pensamientos, a no identificarnos con cada idea que surge, sino a verlas como lo que son: eventos pasajeros en el vasto espacio de nuestra mente.

¿Y qué beneficios trae la valentía de pensar? Son muchos y muy valiosos.

Nos permite conocernos a un nivel más profundo, lo que a su vez nos otorga una mayor claridad sobre nuestros propósitos y valores.

Fortalece nuestra capacidad de tomar decisiones más conscientes y alineadas con quienes realmente somos.

Además, disminuye la ansiedad y el estrés al romper el ciclo de rumiación mental.

Y por supuesto, nos ayuda a desarrollar una mayor empatía hacia nosotros mismos y hacia los demás.

Entonces, ¿qué es pensar?

Pensar, en su esencia más pura y profunda, no es simplemente dejar que los pensamientos fluyan como hojas arrastradas por la corriente.

Es el acto deliberado y concentrado de la mente sobre un asunto específico, con la intención de comprenderlo a fondo, de desentrañar sus misterios, de encontrar una solución a un problema, o de idear maneras de mejorar algo.

Pensar es el arte de la concentración, la disciplina de la mente para enfocarse, analizar y sintetizar información, transformándola en conocimiento y acción.

Es una inmersión consciente, no un flotar a la deriva.

Y para cerrar, recordemos que esta dificultad de la que hablamos no es una percepción nueva. De hecho, grandes mentes a lo largo de la historia han reconocido este desafío. Como bien dijo algún sabio respecto a la valentía de pensar, algunos dicen que Einstein, otros que Ford:

«Pensar es el trabajo más duro que existe, y esa es probablemente la razón por la que tan pocos se dedican a él»

Y es que pensar es una disciplina, un ejercicio que, aunque exigente, nos recompensa con la claridad, la sabiduría y una conexión más profunda con nosotros mismos y con el mundo.

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