ME PUSE LOS ZAPATOS DE EDO por Jeanette Ortega Carvajal
Eduardo Sanabria (Edo) es un artista y caricaturista que lleva diez años fuera de Venezuela, país que siempre ha guardado dentro de su caja de creyones y exhibido sobre su piel de óleo, acrílico y acuarela.
Al aterrizar en el aeropuerto Internacional de Maiquetía y caminar con sus tenis negros sobre los vibrantes colores del pasillo cinético del maestro Cruz-Diez, Edo se reencontró con su corazón. Descubrió, en ese momento, que ese ritmo de frecuencia acelerada, no era taquicardia: era el latir intenso de esta tierra venezolana que siempre ha palpitado en sus venas.
Han sido diez años en donde el colorido de los paisajes, el amor de la gente y la alegría inigualable del venezolano, se incrustaron en su alma como pinceladas de sueños profundos que atravesaban su esencia de artista. En ese tiempo, a pesar de físicamente estar lejos, no hubo ausencia, ya que perennemente carga consigo a su patria. Y es que gran parte de su obra son pedazos enormes de nuestra Venezuela que, en tierra fértil, ha sembrado, dibujado y pintado alrededor del mundo.
Hay que reconocer que Edo anda con buena compañía, ya que dicen las buenas lenguas que se le ha visto con el Dr. José Gregorio Hernández, un trotamundos que recientemente ha ascendido a santo.
Fue así como, antes de partir de nuevo, un grupo de eternos amigos decidimos despedirlo con ese cariño que da la familia que no es consanguínea.
Entre música, cantos, risas, pan de jamón y una deliciosa cena, Edo Sanabria recibió la sorpresa de un pan enorme, en donde el rostro de un José Gregorio Hernández, dibujado con harina, lo miraba con cariño desde cada migaja de pan de masa madre.
Así fue la despedida del artista que nunca se marchó y, fue allí, cuando ocurrió lo que dio origen al título de este texto.
“No me puse en los zapatos de Edo, me puse sus zapatos”.
Y es que los propietarios de la casa en donde se hizo la reunión, agradecen entrar descalzos, por lo que en el piso hay una enorme procesión de zapatos de distintas tallas, colores y géneros, que aprovecharon esta fiesta para descansar. El caso es que, los tenis de Edo y los míos, aunque no lo crean, eran negros e idénticos.
Camino al ascensor, escuché a Edo gritar:
– ¡Mis zapatos! ¡¿En dónde están mis zapatos?!
Ante tamaño escándalo, me di cuenta de que “mis zapatos” me quedaban flojos y al bajar la vista, vi como escaparon de mis pies y corriendo fueron a buscar a su verdadero dueño.
Entre risas y bromas, también me di cuenta de que por un ratico, había calzado en mí el espíritu del artista que de nuevo recorrerá el mundo llevando a nuestra bella Venezuela, esta vez no en compañía de un beato, sino de un santo.
@jortegac15
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