Valerio González: «Creo que todo comenzó con una carta al Niño Jesús en la que le pedí una batería»

Valerio González supo, desde niño, que quería ser baterista. Se la pasaba tamborileando sobre cualquier superficie y tal vez por eso el Niño Jesús le trajo su primera batería cuando tenía seis años. Hoy tiene 65, dos hijos, María Fernanda (28) y Valerio (27), ambos comunicadores sociales y también baterista el varón, y es abogado y locutor. Aunque esta vida de por sí le es suficiente para sentirse plenamente feliz, se siente aun más afortunado porque la comparte con su pasión por la música, algo con lo que nació y que lo llevó a formar parte de una de las más conocidas bandas de pop-rock del país, Aditus, de la cual es su actual director musical. Esta es su trayectoria, tal como nos la contó en esta conversación con Curadas.

“En mi familia no hay otros músicos. Creo que todo comenzó con una carta al Niño Jesús en la que le pedí una batería. Tenía como 6 años y como me había portado bien, pues el Niño Jesús me la trajo. Yo creo que tenía locos a todos en la casa porque me la pasaba tocando sobre cualquier cosa y por eso me complacieron (risas).

Yo diría que allí comenzó mi pasión por el instrumento y por la música, porque al año siguiente pedí otra y a los 12 me compré mi primera batería profesional, pidiendo facilidades de crédito. Fue algo que supe instintivamente y además tuve la suerte y he tenido siempre la suerte de estar permanentemente acompañado por músicos, es decir, amigos que también son músicos. Eso se mantuvo durante los 13 años de primaria y secundaria, que los hice en el Don Bosco de Altamira.

Mis padres tuvieron una tolerancia extrema conmigo. Nuestra casa, que quedaba en La Castellana, era de una sola planta. Estaba el porche, luego la sala y al lado había un espacio donde estaba la batería y lo que yo hacía era que cerraba la puerta de vidrio que comunicaba con el salón donde veíamos la televisión. ¡Pero nunca nunca me pidieron que tocara más bajo o que no tocara! Practicaba un promedio de una hora diaria, esa era mi necesidad. Yo llegaba del colegio directo a eso. Incluso, en circunstancias no muy felices, como cuando falleció mi abuela, le dije a mi mamá que yo no podía dejar de tocar. Entonces trasladé la batería al jardín de atrás de la casa para poder practicar mientras la gente le daba el pésame a mi mamá. Para mí, tocar batería se convirtió en una necesidad muy bonita.  

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