Llegué a Guillermo Sucre por una tangente. En noches de anís y literatura, Luingo (Luis Alvis) me habló de La máscara, la transparencia y de las clases de Sucre.
En 1991 aburrido de mis estudios y con el corazón roto, caminé hasta el aula de Alemán, en la Escuela de Letras donde él era profesor y luego lo fui yo, a sentarme en su clase como oyente. Fue el mejor profesor que he tenido, con el perdón de otros maestros muy queridos, como Adriano González León y Tomás Eloy Martínez. Guillermo abrió un mundo nuevo para mí, un mundo donde Montaigne conversaba con Bacon y Ajmátova con Camus.
Fue por Guillermo que estudié literatura, aunque eso fue después. En el medio estuvo lo que importa: aquellos paseos interminables en los que me tomaba del brazo para ir y volver por los pasillos de la UCV mientras hablábamos de los últimos acontecimientos culturales o de la amenaza que acababa de cernirse sobre Venezuela con la aparición de Hugo Chávez.
Más tarde fueron las excursiones nocturnas por cervecerías de Sabana Grande en las que bebimos hasta la madrugada. Como yo usaba sombrero en aquellos días de la caída de la Unión Soviética, él me puso el sobrenombre de Gorbachov. Y me trataba con un afecto especial, cariñoso pero sin condescendencia.
Nos llamábamos a veces por teléfono. A los pocos días de publicar la Ley de la calle, Guillermo y María Fernanda me llamaron en la alta noche para hacerme una de las primeras críticas elogiosas y decirme que había hecho algo importante. Guillermo, no dejó de apuntar que había algún tiempo verbal o una conjunción errónea.

Él y yo no estábamos de acuerdo en algunas cosas y era muy severo con el pasado y aquellos personajes que fueron centrales en su formación, como Juan Liscano o amigos suyos de la juventud y adultez temprana, de la lucha política, la cárcel y la dictadura, como mi papá, con quien compartió sus dos pasiones más intensas: la poesía y la política.
Nunca superé la admiración que sentía de muchacho universitario por él. Aún la siento a tal punto que daría muchas cosas por volver a sentarme en el aula de Alemán a escucharlo disertar con lucidez, brillo y humor sobre Montaigne. Hasta disfrutaría el aroma de la eterna nube de humo que emanaban sus cigarros consumiéndose a cámara lenta en el cenicero de vidrio. Eso no implica que no lo haya conocido bien, hasta cierto punto digamos, como se conoce a aquellas personas que nos marcan la vida y nos ayudan a evolucionar.
En mi penúltimo viaje a Caracas en 2015 tuve la suerte de verlo no una sino dos veces. Pasé a cenar con él y María Fernanda Palacios, bebimos mucho vino y nos preocupamos por el curso del país pero también nos reímos y nos distrajimos. Mi hermano Yuri había muerto pocos días antes, así que el afecto de María Fernanda y Guillermo, quien había sido vecino de Yuri, en la avenida La Salle de Los Caobos, matizó un poco el dolor sordo que yo cargaba en esos días.
El jueves antes de regresar a Boston, los busqué para ir a almorzar al Da Guido, en la Francisco Solano. Él a veces estaba inapetente pero esa tarde los tres comimos y bebimos de lo lindo hablando de escritores y literatura, y chismeando un poco sobre la comarca de las letras.
Esta mañana le decía a la amiga común que me aviso de su muerte que Guillermo y María Fernanda estaban siempre presentes en mis muchos viajes imaginarios a Caracas. Ahora lo despido con la tristeza de no estar físicamente allí para cargar su féretro hasta su última morada. Gracias por todo, profesor Sucre o, mejor dicho, maestro Guillermo. Te despido hasta siempre con un abrazo. Tu amigo Gorbachov.

Boris Muñoz periodista venezolano, egresado de la UCV y autor de varios libros, entre ellos: La ley de la calle, testimonios de jóvenes protagonistas de la violencia en Caracas, Más allá de la ciudad letrada, crónicas y espacios urbanos y Despachos del imperio. Es cronista, editor de opinión del NYT español, Senior staff editor NYT. Premio Maria Moors Cabot, 2019.
Curadas | Vía Jesús Peñalver
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Magnífico homenaje a su memoria…grandeza del maestro pero también del alumno Boris. Un abrazo a sus familiares, alumnos y amigos. Hará falta…desde ya.
Que hermoso homenaje de despedida para un Maestro. Q.E.P.D este insigne escritor y profesor y consuelo para sus familiares, alumnos y demás allegados