Ataques de pánico: encontrando la calma en la tormenta

Los ataques de pánico son episodios repentinos e intensos de miedo o malestar extremo. Alcanzan su punto máximo en minutos, durante los cuales se experimentan síntomas físicos y cognitivos aterradores.

Comprender la naturaleza de los ataques de pánico, sus posibles causas y los enfoques de tratamiento disponibles es fundamental para ayudar a quienes los padecen a recuperar el control y mejorar su calidad de vida.

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A menudo aparecen de forma inesperada, sin un desencadenante obvio. Esto aumenta la sensación de pérdida de control y la angustia de quien los sufre. Aunque la experiencia individual puede variar, la intensidad del miedo y la sensación de peligro inminente son características comunes.

La fisiología del terror: síntomas físicos y cognitivos

Durante un ataque de pánico, el cuerpo reacciona como si estuviera en una situación de peligro extremo. Así, se activa la respuesta de «lucha o huida» del sistema nervioso simpático. Generalmente, esto se manifiesta a través de una variedad de síntomas físicos intensos, que pueden incluir los siguientes:

  • Palpitaciones
  • Taquicardia (o ritmo cardíaco acelerado)
  • Sudoración
  • Temblores o sacudidas
  • Sensación de falta de aire o asfixia
  • Opresión o malestar en el pecho
  • Náuseas o molestias abdominales
  • Mareo
  • Sensación de inestabilidad
  • Aturdimiento o desmayo
  • Escalofríos o sofocos.

Ataques de pánico
Ataques de pánico. Imagen de Pexels en Pixabay

A los síntomas físicos se suman los cognitivos. A continuación, los señalamos:

  • Sensación de irrealidad
  • Sensación de estar separado de uno mismo
  • Miedo a perder el control o a «volverse loco»
  • Y miedo a morir
  • La combinación de estos síntomas puede generar una sensación abrumadora de terror y vulnerabilidad.

El ciclo del miedo: desencadenantes y mantenimiento

Si bien los ataques de pánico a menudo parecen surgir de la nada, pueden existir factores desencadenantes subyacentes o situaciones que aumentan la vulnerabilidad de una persona.

Así, el estrés crónico, eventos traumáticos, cambios importantes en la vida, predisposición genética y ciertos problemas de salud física pueden contribuir al desarrollo de ataques de pánico. Una vez que una persona experimenta un ataque, el miedo a tener otro puede generar un ciclo de ansiedad anticipatoria.

Generalmente, esta ansiedad puede llevar a una hipervigilancia del cuerpo en busca de signos de un nuevo ataque. Paradójicamente, esto puede desencadenar más síntomas físicos y, en última instancia, otro episodio de pánico. Así, este ciclo de miedo y evitación puede llevar al desarrollo de un trastorno de pánico, donde los ataques se vuelven recurrentes e inesperados.

Factores psicológicos: ansiedad, interpretación catastrófica y evitación

Desde una perspectiva psicológica, la ansiedad juega un papel central en los ataques de pánico. Así, las personas con una tendencia a la ansiedad generalizada o con otros trastornos de ansiedad tienen un mayor riesgo de experimentar ataques de pánico.

La interpretación catastrófica de las sensaciones corporales normales es otro factor importante.

Por ejemplo, una persona puede interpretar un aumento en la frecuencia cardíaca debido al ejercicio como un signo de un ataque cardíaco inminente, lo que desencadena una cascada de ansiedad y síntomas de pánico. La evitación de lugares o situaciones donde se experimentó un ataque previo puede proporcionar alivio a corto plazo, pero a largo plazo limita la vida de la persona y perpetúa el miedo.

Ataques de pánico
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Abordajes terapéuticos: recuperando el control y la calma

Afortunadamente, los ataques de pánico y el trastorno de pánico son altamente tratables. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es una de las intervenciones más efectivas. La TCC ayuda a las personas a identificar y desafiar los pensamientos catastróficos asociados con sus sensaciones corporales y a desarrollar estrategias de afrontamiento más saludables. La exposición interoceptiva, una técnica dentro de la TCC, implica exponer gradualmente a la persona a las sensaciones físicas que teme en un entorno seguro, lo que ayuda a reducir su respuesta de miedo. La terapia de exposición también puede utilizarse para abordar la evitación de situaciones temidas.

Intervenciones farmacológicas: un apoyo en el proceso de recuperación

En algunos casos, se pueden utilizar medicamentos para ayudar a controlar los síntomas de los ataques de pánico y la ansiedad asociada. Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los inhibidores de la recaptación de serotonina y norepinefrina (IRSN) son antidepresivos que se utilizan a menudo como tratamiento a largo plazo para el trastorno de pánico. Las benzodiazepinas son medicamentos ansiolíticos que pueden proporcionar un alivio rápido de los síntomas agudos, pero generalmente se utilizan con precaución debido al riesgo de dependencia y efectos secundarios. La medicación debe ser siempre prescrita y supervisada por un profesional de la salud mental.

Ataques de pánico
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Estrategias de autocuidado y prevención: un camino hacia el bienestar

Además del tratamiento profesional, las estrategias de autocuidado juegan un papel importante en el manejo y la prevención de los ataques de pánico. Practicar técnicas de relajación, como la respiración profunda, la meditación o la relajación muscular progresiva, puede ayudar a reducir la ansiedad general y aumentar la capacidad de afrontamiento. Mantener un estilo de vida saludable que incluya una dieta equilibrada, ejercicio regular y suficiente descanso también es fundamental.

Evitar el consumo excesivo de cafeína y alcohol, que pueden exacerbar los síntomas de ansiedad, es recomendable. Aprender a identificar los propios desencadenantes y desarrollar estrategias para manejarlos puede ayudar a prevenir futuros ataques. Buscar el apoyo de familiares y amigos también puede ser una fuente importante de consuelo y comprensión durante el proceso de recuperación. Con el tratamiento adecuado y el apoyo necesario, las personas que experimentan ataques de pánico pueden aprender a controlar sus síntomas, reducir su frecuencia e intensidad, y recuperar una vida plena y activa.

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