Cuidado con las palabras. Hay un lenguaje que sus hijos necesitan

Los padres no advierten los efectos profundos que sus palabras tienen en los niños. La autora, psicoterapeuta y madre, recomienda un vocabulario dirigido a los sentimientos y no a la conducta

¿Se ha mirado alguna vez en uno de esos espejos deformantes de los parques de diversiones? ¿Cómo se sintió? ¿Bastante incómodo? Sin embargo, usted rió, porque sabía que era una imagen falsa. Pero suponga que ese fuera el único retrato que tuviera de usted mismo: Podría llegar a convencerse de que la imagen reflejada es la verdadera. No se le ocurriría desconfiar del espejo o hacerlo responsable por la distorsión

El niño toma a sus padres por espejo y no duda tampoco de la imagen que ellos reflejan de él. Incluso suele aceptar como exacta la evaluación negativa que hacen de él y se convence fácilmente de que es estúpido, perezoso, inútil, egoísta o irresponsable. Decirle estas palabras: «Estás horrible» o «Nunca haces nada bien», no ayuda a un niño a sentirse hermoso, capaz o agraciado. En lugar de críticas, necesita información sin menosprecio.

Cuando Esteban, de 13 años, se sirvió casi toda la fuente de pastel de chocolate en un enorme plato, su madre estuvo a punto de gritarle: «Eres egoísta. Sólo piensas en ti mismo. ¡Hay otras personas en esta casa!» Pero había aprendido que hablar sobre los defectos de un chico no contribuye a convertirlo en una persona más amable. Así que le dijo:

Esteban, este pastel debe ser repartido entre cuatro personas.

Oh, perdón -respondió- voy a devolver un poco.

No nos damos cuenta del impacto de las palabras que usamos a diario. Se las lanzamos a los pequeños con descuido. Damos órdenes, damos consejos, nos entrometemos y decimos cualquier cosa que nos viene a la mente. A menudo cometemos imprecisiones o equivocaciones. No reparamos en las palabras que hacen daño. Somos sordos a nuestro tono y a nuestro estilo. Nos olvidamos del tacto y de la buena educación.

No es la falta de amor, sino nuestra incapacidad para incomunicarnos lo que hace daño a los niños. Carecemos de un lenguaje que transmita amor, que haga sentir querido al niño. Respetado y apreciado

Sabemos con cuales palabras debemos conducirnos: las que hemos oído usar a nuestros padres con los invitados o los extraños, un lenguaje pudoroso con los sentimientos, que no critica el comportamiento. Sin duda que aquellos a quienes más amamos merecen palabras que generen amor, no odio; que disminuyan los desacuerdos, no que destruyan la intención; que alegren la vida, no que limiten el espíritu.

Atención a los sentimientos

Una tarde, Gregorio, de 8 años, llegó a casa afligido.

Odio a la maestra -gritó-. Me levantó la voz. ¡Nunca voy a volver a la escuela!

Muchos padres hubieran contestado: «¡Te lo mereces por no prestar atención! ¡Espero que hayas aprendido!»

Pero la madre del niño sabía que cuando un chico está enojado es comprensión, no más críticas. Por lo tanto repuso:

-¡Qué vergüenza debe de haber sido para ti! Que te levanten la voz frente a tus amigos… ¡Eso es humillante! Con razón estás tan enojado. ¡A nadie le gusta que lo traten de esa forma!

No le echó la culpa ni a la maestra ni a su hijo. En cambio, habló en detalle de los sentimientos que él debía de haber experimentado cuando la maestra lo reprendió. Todos los demás parecen interesarse en el comportamiento de un niño y en sus logros. Corresponde a los padres preocuparse por sus sentimientos.

Un pequeño no puede cambiar sus sentimientos. Necesita valor para comunicárnoslos. No debemos disuadirnos de que nos cuente verdades amargas

Débora, de 4 años, le dijo a su madre:

-Odio a mi abuela.

Horrorizada, la madre contestó: -No, tú no la odias. Tu quieres a tu abuela. En esta casa no odiamos. Ella te hace regalos y te lleva a distintos lugares. ¿Cómo puedes decir tal cosa?

La niña insistió: -¡La odio!

Entonces, alterada, la madre decidió usar métodos «educativos» mas drásticos. Dio una paliza a su hija. Pero la niña era inteligente. Para evitar más castigo cambió su cantinela: «Yo realmente quiero a la abuela, mamá». Así que su madre la besó, la abrazó y la alabó por ser una niña buena.

¿Qué aprendió Débora? Qué es peligroso decir la verdad. Cuando uno dice la verdad, lo castigan. Cuando uno miente, lo tratan con cariño. Mamá quiere a los niños mentirosos. Hay que decirle sólo lo que ella quiere oír. Para estimularla a que dijera la verdad, la madre podría haber contestado: «Entiendo lo que sientes. No tienes motivos para querer a tu abuela, pero debes tratarla con respeto».

Soy psicoterapeuta y se que la manera en que hablo a mis pacientes es muy importante. Las palabras son mis herramientas de trabajo. Pero hace unos años se me ocurrió que no tiene sentido que los padres poco hábiles hagan daño a sus hijos, mientras que nosotros los psicoterapeutas somos entrenados para reparar ese daño. Me di cuenta de esto cuando me oí hablar a mis propios hijos. Era como si mi madre me hubiera estado hablando a mí: el echar culpas, el avergonzar, el enojo histérico. Decidí responder a mis hijos tal como lo hago a mis pacientes. Estaba decidida a no repetir en mi familia lo que me hizo la vida desgraciada en casa de mis padres.

Nos gusta creer que sólo los padres perturbados hacen daño a sus hijos. Lamentablemente, la gente con buenas intenciones y mucho amor también usa un lenguaje despreciativo. Aun cuando elogian a un niño, a menudo lo irritan. El niño sospecha incluso de las frases positivas cuando se trata de evaluar su personalidad o su esfuerzo. Lo mejor son las palabras que detallan la satisfacción y que transmiten respeto.

Un padre dejó una nota en la guitarra de su hija: «Cuando tocas, me produces gran placer». Al día siguiente la hija le dijo: «Gracias papá por decirme qué buena ejecutante soy». Cuando el padre explicó sus sentimientos, dio a su hija la oportunidad de convertir su aprecio en adjetivos que la halagaran.

A veces cuando trato de estimular a los padres para que aprendan un lenguaje que trasmita amor, exclaman: «Mis hijos son adolescentes. ¡El daño está hecho!»

¿Alguna vez es demasiado tarde para las personas? No en lo que se refiere a los adolescentes. Ellos son especialmente afortunados. Tienen una segunda oportunidad. Los adolescentes parecen desordenados porque están en el proceso de reorganizarse. Nosotros, como padres, podemos influir sobre la dirección que toman. Hablarles en el cálido lenguaje del amor puede marcar la gran diferencia.

Tomado de: El lenguaje que sus hijos necesitan Por: Alice Ginott en: Selecciones del Reader’s Digest. Agosto de 1980. pp 54-56.

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