El nombre de inodoro procede del primer aparato sanitario que tuvo un cierre hidráulico para evitar la salida de olores, lo que se hizo mucho más necesario que en aparatos anteriores.
Un sistema higiénico
En 1755 Alexander Cummings patentó el inodoro moderno, el cual incorporaba un sifón en el desagüe. El ebanista Joseph Bramah presentó varias mejoras al aparato en 1778 que mejoraron su funcionamiento y su aislamiento.
Dicen que la civilización es la distancia que los humanos ponen entre ellos y sus excrementos: el retrete sería un buen indicador del nivel de civilización alcanzado.
Con sus letrinas públicas que usaban agua corriente los romanos se acercaron mucho a la idea actual del inodoro; el sistema se llevaba de inmediato las deposiciones hacia cloacas subterráneas, de forma tal que los malos olores se mantenían en su mínima expresión.

«¡Agua va!»
Pero con el colapso del Imperio este sistema dejó de usarse y durante siglos los orinales se vaciaron por las ventanas al grito de «¡agua va!». Esto hizo que se propagara el tifus y demás enfermedades infecciosas.
En 1596, sir John Harrington, ahijado de la reina Isabel I, concibió un váter conectado a un depósito de agua que arrastraba los deshechos al ser descargado.
Lo instaló en el palacio real, pero el invento nunca llegó a difundirse porque la monarca, no se sabe por qué motivo, le negó la patente para fabricar más.
Puede que el uso a gran escala de obra de Harrington se frenara debido a la ausencia de redes de alcantarillado o de fosas sépticas; pero también puede pensarse que las clases altas habrían imitado a la reina y el invento se habría difundido.
Dos siglos luego
Tuvieron que transcurrir cerca de dos siglos para que un relojero inglés, Alexander Cummings, retomara la idea e inventara el primer inodoro moderno.
El inventor patentó en Londres, en 1775, un retrete cuyo funcionamiento obedecía al mismo principio que el de Harrington: una descarga de agua limpia arrastraba los desechos.
Su gran innovación fue que el desagüe se hacía a través de un sifón, una tubería en forma de «S» permitiendo mantener el nivel de líquido en la taza, formando una barrera de agua limpia que evitaba que los malos olores retornaran hacia el sanitario. Eso hizo que el retrete se instalara en la propia vivienda.
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