Cuando abro la ventana de mi habitación y miro el cielo azul de esa mañana, sé que no tardará en pasar la primera pareja de guacamayas que cruza el espacio derramando su feo y áspero parloteo como si anunciara en el vuelo su noble comportamiento monógamo.

El sol me hace vivir y observo un cielo sin nubes, pero poblado de almas que se desvanecen en la pureza del amanecer mientras mi pensamiento gira en su propio espacio, planea sobre la ciudad que me vio nacer y contempla con tristeza al país que se esfuerza por seguir siendo a pesar de su pavorosa tragedia política y económica derivada del socialismo bolivariano.
Entonces me pregunto:
¿será verdad que este azul inventado por el sol sirve para apaciguar a la fiera humana que ruge en mi interior?
¿Será cierto que convive con el espíritu misterioso que me deleita cuando se hace arte, que me acaricia cuando se convierte en el sosegado encanto de la poesía o cuando al mismo tiempo me asalta la certeza de que alguien en mi cercanía padece hambre y escarnio, pero bajo otro cielo, un cielo artero y venenoso, armado y militar, distinto al intenso cielo azul que veo cuando abro mi ventana al aire celestial?
Me digo entonces que no merezco el privilegio de la frescura de la mañana inundada de luz y de sublime belleza: el regalo no buscado de un azul que es inteligencia, reflexión y serenidad; siento que es atrevimiento y osadía apropiarme de lo que no me pertenece porque nada he hecho para merecer ninguna mirada de atención ya que mis vecinos del barrio marginal y yo seguimos viviendo con triste penuria.

Pero, súbitamente me enderezo y me absuelvo a mí mismo. Y muevo la cabeza de arriba a abajo, afirmativamente. Y me digo que, por el contrario, merezco todo este azul, el vuelo de los pájaros que cruzan el espacio de mi ventana y construyen junto al sol las mañanas que alegran mi vida. Merezco todo este azul porque he orientado mi vida hacia el norte del bien, no he traicionado a mi país ni a mi familia y mucho menos a la gente que veo y conozco. Si alguna vez me rozó la ingratitud de ser un ñángara sin rumbo seguramente se debió a algún desperfecto de mi brújula personal que equivocadamente consideró como héroe a un Ché Guevara que siguió fusilando a seres inocentes, no obstante haber terminado la violencia guerrillera cubana para convertirse en agusanada satrapía.

Con el paso a veces torpe de mi camino al andar o el rápido, pero acertado caminar de otras ocasiones, he aprendido a desconfiar de los que ponderan una dudosa honestidad, de los que pontifican a tiempo completo y de quienes hacen mal uso de sus capacidades políticas y solo respiran el aire contaminado y retenido en las arcas del tesoro.
Merezco todos los espacios azules que se abren ante mí porque jamás he ejercido el mal y siempre he sido un demócrata afligido y postergado porque nunca he sido adeco ni copeyano, ni comunista. Tampoco de URD.
Soy un ciudadano respetuoso de las leyes, siempre pagué a tiempo los impuestos a sabiendas que de manera persistente el Estado me estaba robando. No sé cuánto pesa un arma de fuego ni conozco el nombre de la pistola o del fusil que se utilizó para asesinar al estudiante que protestaba contra el gobierno de turno.
¡Confío en los demás! Junto a Gustavo Coronel formo parte del Grupo Ulises de octogenarios o de otra edad que desean un país mejor y mas digno. Amo la música; venero al teatro y sé que el arte es una gran mentira, pero esa mentira es mi única verdad. Escribo a gusto sobre mis valores y amistades y me indispongo contra los militares cuando se adueñan del poder político. Siempre he anhelado vivir en libertad y quiero morir sintiéndome libre, sin pertenencia alguna, atado solo a la muerte que me acompaña disfrazada de la sombra que me vigila desde el instante en que lloré al nacer.
No aprecio la historia política de mi país transitada desde la Independencia por militares que entran y salen del Poder y mucho menos del régimen cívico-militar bolivariano. La mayoría de nuestros mandatarios carecen de las raíces de una infancia en la Caracas que me vio crecer y creyendo mejorarla, la atropellan. Y abomino de los opositores que caminan por la misma acera de los déspotas que nos arruinan y lastiman desconsideradamente. No entiendo ni acepto la alevosía ni la claudicación. Y con valor y desafío me asumo a mí mismo porque a mis noventa y tantos años de contradictoria vida venezolana, me siento finalmente libre en un país empobrecido y azotado por un nefasto fascismo populista; me manejo a mí mismo y doy libertad a mi propio pensamiento.
¡Soy mi propia soberanía!
Y cuando abro en las mañanas la ventana de mi cuarto abrazo al azul del cielo y triunfante, junto a legiones de compatriotas que se me parecen, ¡navego con ellos hacia el sol!

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