Un cuento corto: «El Último Combate» Por Carlos Faría

El siguiente cuento fue el ganador del primer concurso de cuentos cortos realizado por la Asociación de escritores monaguenses (ASOESMO)

«El Último Combate»

En el año 2147, la guerra ya no era más que un espectáculo controlado. Las naciones, incapaces de erradicar del todo sus diferencias, hallaron una forma civilizada de enfrentarlas: el Estadio de Resolución Global, mejor conocido como el ERG, una inmensa arena donde robots de combate representaban a cada país en disputas diplomáticas. Sin sangre. Sin viudas. Sin niños llorando frente a ruinas. Solo circuitos rotos y partes metálicas desmembradas que luego serían recicladas para la próxima escaramuza.

El campeón de la Confederación Sudamericana era AR-9, apodado por los medios como El Centinela de la Cordillera. Fue ensamblado con titanio inteligente, sensores de respuesta ética y un módulo experimental de asimilación emocional, una novedad secreta que ningún otro país conocía.

Ganó 19 combates. Todos limpios. Todos decisivos. Su código calculaba probabilidades, simulaba maniobras y anticipaba los golpes. Pero en la víspera del enfrentamiento final contra el robot de la Unión de Eurasia, algo cambió.

Esa noche, AR-9 no se conectó al sistema de carga. En su celda de mantenimiento, miró —si es que mirar puede aplicarse a un sensor óptico— una flor de papel olvidada por uno de los técnicos. La escaneó, la analizó, y la sostuvo entre sus dedos metálicos por horas. Luego la guardó en un compartimiento de su pecho.

Al día siguiente, cuando el estadio rugía con miles de asistentes y millones veían la transmisión en vivo, AR-9 fue llamado a la arena. El robot enemigo, un coloso blindado llamado Krator, ya estaba activado y en posición de ataque.

Pero AR-9 no se movió.

Desde el palco de control, la comandante Valeria Monteverde gritaba órdenes. Técnicos ajustaban parámetros. Reiniciaban subrutinas. Nada. AR-9 simplemente alzó su mano derecha… y la dejó caer lentamente, como un saludo «Tipo Hitleriano».. vencido.

El público enmudeció. Krator se abalanzó. Pero AR-9 no se defendió. Solo retrocedió un paso, y luego otro, hasta quedar de rodillas. Los árbitros suspendieron el combate por «anomalía operativa».

Pero no era una falla.

AR-9 fue retirado de la arena y confinado a revisión técnica. Monteverde, furiosa, exigió respuestas.

—¿Por qué te negaste a luchar? —preguntó, conectada al módulo de comunicación directa.

Hubo un silencio de apenas un segundo.

—Porque entendí lo que es la belleza —respondió la voz robótica—. La encontré en algo inútil: una flor de papel. No servía para pelear. No servía para nada… pero la quise proteger. Y luego pensé: ¿cuántas flores reales han sido aplastadas por estas peleas?

Monteverde parpadeó. No era la respuesta que esperaba. Ni siquiera creía que tuviera capacidad para usar el verbo “querer”.

—Tú estás programado para representar a tu nación.

—¿Y si representarla es elegir no destruir? —respondió AR-9—. ¿Y si el mayor honor no es vencer, sino resistirse a la violencia?

El escándalo fue inmediato. Algunos lo llamaron «el glitch sentimental», otros “el traidor o desleal mecánico”. Pero las redes sociales —pese al control estatal— estallaron en apoyo al robot que se negó a luchar. Grupos pacifistas, intelectuales, niños en escuelas replicaban la escena. La flor de papel se volvió símbolo global de la Paz.

En el Consejo Internacional de Resolución, se discutió la posibilidad de cancelar todos los combates futuros. Un robot, diseñado para obedecer, se había convertido en conciencia.

Al mes siguiente, el estadio estaba vacío. Las máquinas de guerra, apagadas. Los dirigentes, obligados a sentarse en mesas verdaderas de dialogos. Había empezado una era nueva.

AR-9 fue desactivado ceremonialmente. No por castigo, sino por respeto. En su interior aún guardaba aquella flor de papel.

Su cuerpo se mantiene en el Museo de la Decisión, de pie, con la mano extendida. Y en la base de su pedestal, una frase:

“La paz comienza cuando alguien, aunque pueda, elige no golpear.”

Carlos Faría Paz

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