Para Don Augusto
Cuando despertó, el dinosaurio ya no estaba allí. No estaba. Lo que había era una oveja que lo veía con cara de ¿y entonces?, y le dijo “Bee”.
¿Pero dónde estaba el dinosaurio? Cuando él se acostó a dormir fue lo último que vio… ahí… ahí en donde estaba la oveja.

“Bee”. “Bee”. “Bee”. ¡Había tres ovejas más! “Beeeeeeee”. ¡Y un rebañito completo junto a las palmeras de plástico!
Se levantó. El suelo era como de coleta remojada en almidón… y él… ¡él tenía un trapo en la cabeza, una batola, unas babuchas y un cayado!
Su desconcierto fue grande y no atinó a reaccionar, pues por enfrente estaban pasando tres reyes: uno montado en un caballo; otro, en un camello; y el tercero, en un elefante. Los tres, medio perdidos, miraban hacia arriba. Allá en el cielo había una estrellota gigante y, abajo, un cartelito de señalización: “Belén”.
¿Belén? ¡¿Belén?!… ¿Belén? ¡¿Belén?!
“Bee”, le respondieron las ovejas.
Atónito siguió el camino de los reyes. Cruzó por un riíto de escarcha azul y no pisó el laguito que era de espejo. Había casitas iluminadas y unos bombillitos prendidos en forma de tulipanes y violetas. Y todas las maticas eran de maíz recientemente sembrado.
En una encrucijada se encontró con una pastorcita, con una cabra, un quesito y una cesta de pan.
—Disculpa… ¿tú, por casualidad, habrás visto un dinosaurio?
—No.
—Es que estaba viendo a ver si lo veía…
—Al que hay que ir a ver es al Niño Jesús…
—¿Jesús? ¿¡Jesús!?
“Bee”, insistieron las ovejas.
Y sí, allí estaba en el pesebre. Y su mamá y su papá lo veían con aquel amorsote, y la mula y el buey, también. Y todos cantaban: “¡Niño lindo, ante ti me rindo, Niño lindo, eres tú mi Dios!”. Y los Tres Reyes Magos estaban ahí de rodillas. El negro, en el medio, porque, como aseguran en Puerto Rico, si no se coloca entre los otros dos, se apaga la Estrella de Belén.
Y, más atrasito, detrás del establo, en la penumbra, como una montaña dormida, estaba el dinosaurio.
Entonces se despertó.
Twitter: @carolinaespada
Curadas | Vía @carolinaespada
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