La Navidad – por Rodolfo Izaguirre

LA NAVIDAD

Para no emplear el término “unidad dialéctica” y evitar asustarme si aparece el rostro de un filósofo marxista molesto por haberlo convocado, prefiero valerme del popular “piquete al revés” para establecer que todo acto, gesto, deseo, regalo o afirmación es acechado por su contrario.

Somos buena gente, pero también podemos ser mala gente. Ocasionalmente, podemos ser perversos y malvados o serlo a tiempo completo y la Navidad es un buen ejemplo del piquete al revés. La nombramos y con ella brota el festivo caudal de luz, fe, prosperidad, felicidad, anhelos y dichosos encuentros familiares o con uno mismo, pero también su innegable voracidad comercial.

Y en estos inventados días de Navidad nos creemos buenas gentes, removemos alguna que otra tradición dejada atrás, hacemos hallacas, montamos nacimientos o nos referimos a ellos con cierta embustera nostalgia; muy pocos esperamos que el Niño Jesús nos traiga regalos porque  si a ver vamos somos seres absurdos, estrechos y egoístas; disponemos solo de un día para celebrar al niño, al árbol, al arquitecto, a la enfermera, a todos los seres e instituciones que dedican su tiempo a mejorar nuestras vidas, pero en el resto del año nos ocupamos de nosotros mismos.

En la Navidad es todo lo contrario: nos abrazamos a algo impalpable llamado “humanidad”, pero hablando con franqueza la humanidad es como si viéramos llover. Nos disfrazamos en los Carnavales y compungidos rezamos en la Semana Santa y sentimos que es como un decreto que nos obliga a convertirnos en negrita o en mamarrachos y pasados cuarenta días, nos ponemos a rezar y sufrir por Cristo crucificado mientras otros trafican abierta y criminalmente durante todo el año con niños y mujeres y hacen toda clase de negocios turbios con la política y con el mal vivir.

Sabemos que hay renos que cruzan el espacio para que un gordo de barbas blancas, vestido de rojo exclame Jo Jo Jo constantemente y sienta deseos de radicarse en el país venezolano porque mucha gente así lo desea.

Canadá hace tontas películas sobre la aburrida chica de gran ciudad que debe mudarse a un pueblo precario y alejado. Odia la Navidad, pero aprende a vivir gracias a esa misma Navidad y termina besándose con un joven guapo, rico y provinciano y con él,  afortunadamente, la fe, luz y la prosperidad tocan a la puerta de la chica infeliz.

Pero, fuera de estos frascos de mermelada y de alegre Navidad los venezolanos seguimos viviendo mal, castigados por desaciertos políticos, flagelados, torturados por una violencia de toda clase y magnitud, herederos de una democracia de arena que se escurre entre los dedos, agobiados por una dura inclemencia económica, enfrentados a disgustos familiares, universidades desprotegidas y un arte que sobrevive porque se ha convertido en un sálvese quien pueda. En “Imágenes del arte: Revelaciones de la violencia”, un libro colectivo del Grupo Discusiones”, María Elena Ramos dice que también hay violencia en los distintos lenguajes artísticos.

¡En Venezuela, la mediocridad y la violencia no se pueden esquivar!

Espero que cuando se apague el resplandor navideño el país volverá a ser. Ya no serenos un país enfermo de autoritarismo; caminaremos sin temor por aceras siempre rotas, pero cruzaremos la calle para caminar por las de enfrente cada vez que veamos a alguien con cara de gobierno acostumbrado a maltratar a todo el mundo. 

Superada la Navidad y satisfecha la estrella de Belén por haber guiado a Melchor, Gaspar y Baltazar hasta el pesebre donde ha nacido el Niño entre animales de granja, ya no estaremos tan forzados a hacer regalos a los amigos y familiares. !Y si lo hacemos será por propio gusto!. “Este regalo”, dirá la macaurel que serpentea en la casa de la esquina,“ se lo daré a Juan porque Vicentica no me invitó a la fiesta de grado de su hija”. O “Esta vez no regalé nada a nadie porque no me sentí a gusto en Navidad, dirá la afligida mujer del barrio: “Es que la policía entró al callejón disparando contra los malandros, y pusieron preso a mi marido por hablar mal del gobierno”.

!Pese a todo, adoro la Navidad!. No la que invade las tiendas, se complace en ser manejada por el comercio y permitirá que muy pronto esté entre nosotros el gordo vestido de rojo diciendo Jo Jo Jo porque cree estarse riendo no solo de nosotros sino del disfraz de Santa que lleva puesto. 

Me agrada la música dulce y elemental de los tradicionales villancicos y la alegría de los aguinaldos y tengo el privilegio de atesorar la mas bella referencia a los aguinaldos de mi propia Navidad porque Verónica, mi nieta, cuando tenía cuatro o cinco años, aludiendo a Belén Lobo mi mujer, preguntó si era verdad que su abuela Belén tenía un burrito.

La alegría navideña, corre dentro de las casas, pero por las calles la incertidumbre política sigue avanzando inexplicablemente. Pasa todo pero no pasa nada y mientras esperamos disfrutar el próximo año de una Navidad venezolana, ausente el Jo Jo Jo de Santa, nos creíamos liberados del pensamiento único, dábamos por cierto que retornarían las familias dispersas por el mundo, bajaría el dólar de las alturas, comenzaríamos a emerger del pantano autoritario y estaríamos ya navegando hacia el sol.

La Navidad y la incertidumbre política son, en definitiva, una ”unidad dialéctica”. 

Rodolfo Izaguirre

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