El color de las palabras – por Rodolfo Izaguirre

EL COLOR DE LAS PALABRAS

Hay detrás de las palabras sonidos que se convierten en música gloriosa, secreta e inaudible que sólo escucha quien las escribe. Todo texto escrito por mí arrastra el encanto y el privilegio de llegar a ser una partitura que califica al escritor cuando este le concede a su escritura el honor de ser ángel musicante porque logra que el escritor quede satisfecho con lo que escribe.

Al menos, es lo que me ocurre cuando escribo. Sin proponérmelo, en cada texto hago música que solo yo escucho con los ojos, leo en voz alta lo que escribo y afino mi oído. Lo he hecho tantas veces que entiendo lo que componen los músicos que se aventuran y van mas allá de lo aceptado. 

El Festival Atempo que durante largos años sostuvieron Diógenes Rivas y  Ninoska Rojas no solo enriqueció mi  deseo y necesidad de mayor conocimiento y valoración de la música sino que, a juicio del propio Rivas, el  Festival “logró multiplicar la dimensión de la realidad musical”.

De la misma manera, todo texto, en conjunto, además de ser rara y armoniosa música que emana de sus sucesivas palabras podría ser también un Lavender Mist de Jackson Pollock porque asigno colores a las palabras y ellas crean formas nunca vistas por el ojo humano. De manera que mas allá de la partitura, invisible para el mundo, puedo imaginar el texto como la inventada obra de un pintor que busca una nueva expresión.

Sin embargo, continúa siendo un texto, es decir, una página en blanco llena de líneas negras. Lo dijo Jean Paul Sartre: la literatura comienza cuando el texto se hace libro, llega a las librerías,  alguien lo compra y comienza a leerlo. Es allí, en ese preciso instante cuando se hace presente la literatura y no antes. Sartre insiste en que hay que comprar el libro y leerlo para poder hablar luego de literatura.

Asisto con frecuencia a las presentaciones de libros que se me antojan rituales permanentes y reiterados: alguien toma la palabra, explica el propósito de la reunión y menciona los nombres de sus participantes; éstos ponderan el libro que se está presentando, finalmente toma la palabra el autor o la autora, agradecen, aplaudimos, se bautiza el libro y aceleramos nuestros pasos hacia la copa de vino.

Pero nadie se percata en realidad de lo que allí está ocurriendo. El autor o la autora están pidiendo a gritos que por favor, los escuchemos con los ojos, es decir, que hagamos caso a sor Juana Inés de la Cruz que leamos lo que han escrito y sigamos a Sartre: comprar el libro, leerlo y dar inicio a la literatura porque lo que existía antes de convertirse en libro era un papel blanco abarrotado de líneas negras o una computadora llena de palabras que abrirán sus secretos sólo cuando encuentren a un lector dispuesto a entrar en ellos y conocerlos.

Octavio Paz dice que la literatura “no es una colección dd autores y de libros sino una sociedad de obras, que la obra es obra gracias al lector, nace de la conjunción del autor y el lector; por esto la literatura es una sociedad dentro de la sociedad; una comunidad de obras que, simultáneamente, crean un público de lectores y son recreadas por esos lectores”.

Pero el verdadero problema reside en el hecho de que cada día aumenta el número de lectores que abandonan los libros y se aventuran en los audiolibros o simplemente dejan de leer y los libros envejecen, se llenan de ácaros, agonizan y nadie los quiere y terminan infelizmente sus días mientras crece considerablemente la legión de lectores encadenados a las redes sociales impulsados a leer libros en la computadora. 

Cierran las bibliotecas y las librerías;  muere el mar y también nosotros cuando nos llega la hora.

Editar es actividad costosa y complicada y cuesta comprar un libro. Si las bibliotecas públicas, universitarias o  científicas parecen desactualizadas la mía no es que “parece” está desahuciada desde hace tiempo. 

Para darme ánimo y seguir escribiendo, invento y agrego música y colores a las palabras que se organizan en mis textos creyendo que así mejorará la calidad de mi escritura.

Escribir es tarea secreta y personal. No se escribe para complacer a posibles lectores. Escribo para satisfacer la necesidad de explorarme y conocerme, de ser música y color al mismo tiempo. Sin embargo lo que he escrito con colores y música inaudible presupone que hay un lector esperándome en un lugar y en un tiempos que se ignoran.

Apegado a esta ilusoria manera de escribir elaboro mis torpes crónicas y gracias a ellas digo y creo que soy escritor.

Rodolfo Izaguirre

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