Inventé mi silencio – por Rodolfo Izaguirre

Cuando Belén dejó para siempre la quinta Nancy y los empleados de la funeraria bajaron por las escaleras su cuerpo aniquilado por la enfermedad creí haber quedado despiadadamente solo, pero no fue así porque tuve el acertado impulso de cambiarle el nombre y en lugar de llamarla Belén o Cuevita como era el nombre amoroso que le otorgué en vida, comencé a llamarla Soledad y desde entonces me acompaña día y noche: sigue siendo mi sombra y no me desampara porque nunca estoy solo.

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