Tampoco me alcanzan las palabras – por Rodolfo Izaguirre
Desde Caracas puedo imaginar al viento que avanza sin descanso desde Jordania o desde el desierto del Negev. Ululante, pero por momentos sordo o dormido aunque insistente, activo; a veces violento como si sacudiera al aire árido y caliente, como si se empeñara en recordarnos que es soplo de vida, aliento creador, espíritu alado que puede ser noble y benéfico o perverso y letal.