Salvador Garmendia y el libro Mantilla – por Rodolfo Izaguirre
Salvador Garmendia llegaba sin avisar. Tocaba el timbre, abríamos la puerta y sin saludar pasaba adelante y se sentaba en una de las poltronas de la sala que era su preferida.
Salvador Garmendia llegaba sin avisar. Tocaba el timbre, abríamos la puerta y sin saludar pasaba adelante y se sentaba en una de las poltronas de la sala que era su preferida.
Los años que me vieron correr primero por las caminerías del Parque del Este y luego a campo traviesa y miraba a Salvador Garmendia capitaneando al «Ateneo que camina»