IN EXTREMIS
No fue en el teatro en forma de ele de La Castellana, sino en la parte alta que preside la obra de González Bogen, el actual Centro Cultural de Arte Moderno (CCAM) donde colocaron las tarimas y estanterías pintadas de blanco, practicables cuadrados o rectangulares perfectamente diseñados para desarrollar la más reciente obra coreográfica de Claudia Capriles titulada In Extremis con que se inauguró la quinta edición del Festival de Artes Escénicas Franco-venezolano, auspiciado por la Embajada de Francia.

Claudia Capriles abre con In Extremis una nueva concepción coreográfica, porque pone todo su acento en la glorificación del cuerpo permitiéndole mostrar sus poderosas e infinitas posibilidades expresivas apoyándose, no solo en las extraordinarias sonoridades por momentos oscuras y abstractas de la música electrónica, la suave, poética y acertada iluminación que envuelve a los seis bailarines que no bailan ni danzan, sino que exploran sus cuerpos, trepan en las alta tarimas por ocultos escalones o emergen o se esconden en las estanterías y someten sus cuerpos a desconcertantes contorsiones y exigencias musculares, vibran, se arrastran, se buscan a sí mismos recorriendo el espacio que se les ofrece entre cada practicable y cambian repentinamente de dirección, pero conscientes cada uno de su propia soledad e identidad porque se desafían a sí mismos.
Son cuerpos que poseen límites propios que buscan liberarse, unirse y conocerse; enfrentar y vencer el impulso que los reúne, pero que también los separa y vuelven a sus íntimos y personales desafíos para sentir nuevamente la necesidad de encontrar otras vez el cuerpo que brilla bajo la luz que lo ilumina mientras oye voces que cantan y descubre que un hombre elefante aparece de pronto en la altura del espacio y hay una bailarina cerca de mí que levanta con sus talones unidos una pera solitaria en una de las tarimas que se ha visto proyectada antes en el techo, en discreto homenaje a Erik Satie y la bailarina ve la fruta desde cierta distancia, vuela y con furiosa celeridad como animal salvaje que emerge de invisibles arbustos se arroja sobre ella, la muerde y la devora.
¡Porque de esto se trata! Al explorar el cuerpo, al someterlo a duras exigencias y violentos desafíos cada bailarín busca su propia libertad
Hay duetos y tríos y los cuerpos vestidos con blanca y fina tela parecen escapados de la Grecia antigua, pero con el vigor y velocidad de movimiento de nuestra modernidad y al relacionarse con los espectadores que Claudia Capriles permite rondar por el espacio de su coreografía, se acrecientan los anhelos de libertad.

Sin percatarse, los espectadores son bailarines hiéráticos, se desplazan por el espacio y se deleitan con las idas y venidas de los bailarines, con las incesantes búsquedas de los cuerpos que a su vez se desplazan incesantes, pero no los tocan solo los miran porque no se toca a la pureza ni a los deslumbramientos. Pero captan con sus cámaras fotográficas o celulares los cuerpos que se contraen y se descubren a sí mismos y los multiplican, los fragmentan o los registran desde ángulos diversos y registran al propio espectador acariciado por la misma música y la bella y serena iluminación que los hace humanos.
Eso son los nombres de quienes junto a Claudia Capriles, hicieron posible semejante acontecimiento coreográfico: Miguel Noya, por la creación sonora y composición musical; Rházil Izaguirre diseñador de la ilminación; Ricardo Arispe por la propuesta visual; la realización del vestuario es de Arais Vigil; Janis Denis y Natalia Díaz son las voces que cantan y la producción general es de Ezequiel Vásquez. Son seis los bailarines: Brian Landaeta, Sebastián Luy, Elimar Montes, Kelvin Ortiz, Lucía Ramírez y Paula Rojas.
Creo que hay algo de Unión Libre, el poema que André Bretón escribió en 1931 para homenajear a la mujer: “mujer de cadera de araña y pluma de flecha” porque tiene mi edad y me habría gustado ser yo quien escribiera.
Todos los que hicieron posible in Extremis permanecerán anclados en mi memoria: Claudia Capriles, y el portentoso equipo, porque es una verdadera gloria reconocer y valorar con el cuerpo que se libera a un músico tan asombrosamente libre y personal como fue en vida Erik Satie.

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